Manuel Fraga y Santiago Carrillo en el Congreso de los Diputados

Manuel Fraga y Santiago Carrillo en el Congreso de los Diputados

Política

La nostalgia de un consenso que pasó a la historia

Los políticos alaban, en la muerte de Suárez, el diálogo y el pacto que practican poco. Nadie alberga muchas esperanzas de que tras estos días de duelo, en los que todos se reclaman herederos del diálogo, del pacto, del consenso, los partidos vayan a cambiar de estrategia. Ni el Gobierno, encantado de aplicar la apisonadora de su mayoría absoluta, ni la oposición, temerosa de su propia debilidad. Ni, por lo que parece, los nacionalistas enrocados en su hoja de ruta soberanista.

25 marzo, 2014 10:26

Se ha tenido que morir Adolfo Suárez para que políticos de todos los colores hayan rememorado con nostalgia los valores del diálogo y el pacto que permitieron a España afrontar con éxito uno de los momentos más delicados de su historia, el tránsito de la dictadura a la democracia. Se han oído numerosas declaraciones laudatorias sobre el primer presidente de la restaurada democracia y también del método de la negociación y del consenso, como instrumento para alcanzar unos objetivos. Entonces existía la ventaja -como admitían en privado la mayoría de los dirigentes políticos- de que esos objetivos eran compartidos: se quería la libertad, la democracia, la homologación con los países del entorno. Esa es una de las principales diferencias con el momento actual.

Entonces había objetivos nítidamente claros y las diferencias se referían a cómo y a qué ritmo se habría de alcanzar la meta. Ahora, cuando el consenso se ha convertido en pura retórica, metas como salir de la crisis no suscitan un acuerdo fácil, porque se plantean políticas económicas muy distantes. Al igual que en el problema catalán, en el que hay desde quienes plantean la suspensión de la autonomía y el procesamiento de Artur Mas a los que defienden la reforma de la Constitución o incluso la posibilidad de legalizar un referéndum. Y, curiosamente, quienes plantean soluciones tan antagónicas representan a las mismas ideologías y a los mismos partidos que protagonizaron, con Suárez al frente, el pacto constitucional de 1978, en el que participaron la derecha de Manuel Fraga, los franquistas reconvertidos de la Unión de Centro Democrático (UCD) de Suárez, el PSOE, el PCE y los nacionalistas de CiU y el PNV, aunque los nacionalistas vascos acabaron por echarse atrás.

Hablar sin reparos

Uno de los padres de la Constitución, el dirigente de CiU Miquel Roca, rememoraba hace un par de meses en un debate en Madrid cómo lo importante de aquellos años había sido, en su opinión, que personas que habían estado en el antifranquismo como él mismo, Jordi Solé Tura, Santiago Carrillo o Felipe González, fueron capaces de hablar, de entenderse y de alcanzar acuerdos, con otras que provenían del régimen como el propio Suárez, que había sido secretario general del Movimiento, o Manuel Fraga, que había sido ministro de Franco. Para Roca y para Miguel Herrero de Miñón -su interlocutor del citado debate y padre también de la Constitución por UCD- la clave de todo fue hablar sin reparos, sin límites, sin prejuicios, para buscar soluciones a los complejísimos problemas que afrontaba España y después buscar cuál era la mejor manera de plasmar esos acuerdos en las leyes.

Ahora los políticos encuentran siempre excusas para no sentarse a dialogar, porque ya saben de antemano cuáles son sus posiciones o intuyen la falta de disposición de los otros para encontrar un denominador común o porque se ponen límites que entonces no existían, como la imposibilidad de hablar sobre cuestiones que se salen de la ley, como suele argumentar el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Aunque los problemas actuales son de distinta índole, hay que recordar que no son de más difícil arreglo que los de entonces. Franco había dejado más cosas "atadas y bien atadas" de las que muchos creen y, sobre todo, legó un ejército con pulsiones golpistas -como se comprobó el 23-F y en otras intentonas desbaratadas antes y después de esa fecha- y un sector de ultraderecha involucionista, que protagonizó algunos de los momentos más tensos de la transición, el asesinato de los abogados de Atocha en enero de 1977, por ejemplo. Los partidos políticos eran ilegales y ETA estaba en su momento de máxima actividad terrorista.

¿Cambios de estrategia?

Sin embargo, el nudo del franquismo se fue desenredando. Se legalizaron los partidos -el PCE, por sorpresa, el sábado santo de 1977-, se aprobó una amnistía, se pactó una Constitución, se reconoció a las nacionalidades históricas, se creó el Estado de las Autonomías, se negoció la disolución de ETA político-militar. Dirigentes de la izquierda perseguidos desde la guerra civil, como Santiago Carrillo o Dolores Ibárruri, La Pasionaria, regresaron del exilio y fueron elegidos diputados ya en 1977. Socialistas y comunistas cambiaron la República -por la que habían luchado en los años 30- por la Monarquía, la bandera tricolor por la roja y gualda. En la medida en que se iban perfilando soluciones, Suárez adoptada decisiones que irritaban a los franquistas más reacios a sumarse al sistema democrático y la oposición asumía un camino que también desconcertaba a sus militantes.

En la actualidad, sin embargo, nadie alberga muchas esperanzas de que tras estos días de duelo, en los que todos se reclaman herederos del diálogo, del pacto, del consenso, los partidos vayan a cambiar de estrategia. Ni el Gobierno, encantado de aplicar la apisonadora de su mayoría absoluta, ni la oposición, temerosa de su propia debilidad. Ni, por lo que parece, los nacionalistas enrocados en su hoja de ruta soberanista. Predomina la desconfianza y se justifica con variadas opiniones. Desde que aquellos eran otros tiempos, hasta que los políticos de entonces eran de otra pasta. A veces lo dicen los mismos que tienen la responsabilidad de ejercer su liderazgo.