El PSC es un partido que funciona con el piloto automático desde hace bastante tiempo, casi tanto como ha discurrido desde que Miquel Iceta se hizo con el mando y consiguió driblar la muerte súbita que muchos observadores auguraron a la organización de los socialistas catalanes tras el auge independentista y la irrupción de Ada Colau al frente de los Comunes. Iceta no es un iluso recién llegado a la política ni vive pendiente de sus innumerables haters en las redes sociales, sabe que la recuperación electoral del viejo PSC es cosa improbable a medio plazo, se aferra a la consolidación de una discreta mejoría electoral en la estela del PSOE y espera que la política catalana se resitúe en parámetros ideológicos cuanto antes mejor, aunque no se puede esperar que esto vaya a pasar la semana que viene.

No hay que esperar cambios bruscos en las posiciones del PSC ni entre su núcleo dirigente mientras Iceta esté al frente y hay que hacerse a la idea de que hay Iceta para un par de años, como mínimo. En todo caso, puede aventurarse que los resultados de las elecciones autonómicas que el presidente Torra se resiste a convocar y que ERC es incapaz de forzar, a pesar de morirse de ganas de que se celebren, van a pesar mucho más que la emergencia de nuevas figuras como Salvador Illa, cuya carrera política debería desarrollarse en Madrid por algún tiempo. En su particular keep calm and carry on, el primer secretario de los socialistas catalanes mantiene la calma ante el espectáculo deprimente del gobierno Torra y sigue adelante esperando que la acción del gobierno Sánchez consolide las expectativas electorales de PSOE y PSC.

La experiencia le habrá enseñado a Iceta que es una pésima idea lanzarse a una oposición irritante intentando aprovechar la disputa permanente entre JxCat y ERC porque dicha táctica suele tener efectos contrarios a los buscados. El acoso les une, les da vida cuando parecen languidecer entre litigios tácticos y descalificaciones patrióticas. Mantenerse a la expectativa no debería confundirse con indolencia política, sino como una posición pragmática que evita proporcionar oxígeno a un gobierno que se ahoga en sus propias miserias y niega credibilidad a una legislatura catalana fútil desde el primer día, sabiendo que todas estas desgracias nacionales solo pueden acabar de la mano de los responsables de las mismas. Paradójico pero real.

Lo que vaya a durar esta agonía institucional no depende del PSC ni del conjunto de la oposición. Tampoco la urgencia de elaborar programas de recuperación económica o de reconstrucción del sistema público de salud, totalmente maltrecho tras ser arrasado por la pandemia, van a influir en el estado de ánimo de republicanos y legitimistas para poner fin al espectáculo con unas elecciones prometidas y luego secuestradas por Quim Torra. La lucha por el poder de JxCat y ERC no admite objetivos colaterales.

El panorama es desolador, casi deprimente, y el horizonte de una nueva mayoría progresista no deja de ser un ejercicio de optimistas obstinados. No tanto porque la aritmética de los sondeos no la sustente, sino por el hecho de que los mismos sondeos anuncian también la posibilidad de una repetición de la mayoría independentista con el orden de los factores cambiado. Salvo los dirigentes de los Comunes, pocos apostarían a día de hoy por un gobierno de izquierdas presidido por ERC si ERC puede presidir un gobierno independentista. Al menos nadie con capacidad de influencia en el PSC.

Me dirán que ya hubo dos tripartitos en la Generalitat, que nada es imposible en política y que este eventual gobierno de izquierdas en Cataluña permitiría mantener viva la mesa de negociación sobre el conflicto político catalán. Y todo es cierto y además les añadiría que el PSC no deja pasar casi nunca un buen pacto. Pero también podría ser que el independentismo pragmático y el unilateralista lleguen juntos a la conclusión de que les sale más a cuenta electoralmente descolgarse de una mesa de diálogo de la que poco pueden esperar en términos de autodeterminación, referéndum e instrumentos estatales. O que el PSOE exprese sus reticencias por un gobierno compartido en Cataluña en el que los socialistas mantengan una posición subordinada respecto del soberanismo. De hecho, ni cuando los presidía el PSC mostraron ningún entusiasmo. Aunque el PSC los promovió y los mantuvo.