Estos últimos meses se ha hablado mucho de la unión del catalanismo de cara a las próximas elecciones autonómicas. Sin embargo, la idea ha durado más bien poco. Tanto Units per Avançar, acunado por el socialismo y sin discurso propio, como Convergents, más cercano a los postulados de Waterloo y con su líder encausado en la trama del 3%, se han desmarcado del proyecto. En el mal llamado independentismo “moderado” (un buen amigo lo describe no sin razón “independentismo en paro”) del PDECAT también han empezado a moverse para competir por un mismo espacio. Algunos dicen que volverá la política de los matices, otros que algunos de estos supuestos “matices” pueden resultar ser más bien “complejos”. Ante esta situación, podemos preguntarnos si algunos de estos catalanistas están simplemente acomplejados. Voy a tratar de describir algunos de los complejos más habituales para que quien se sienta interpelado pueda hacer introspección con el objetivo de discernir el matiz del complejo.

Si no eres independentista pero te cuesta pronunciar la palabra España, si el Polònia te parece un programa “equilibrado”, si lo del referéndum te parece una solución ideal al conflicto iniciado por parte, si Artur Mas se te presenta como un buen político, si anhelas el regreso de la vieja CiU, si te da igual que se politice un equipo de fútbol, la administración pública o la iglesia, si evitas dar tu opinión de forma sincera cuando tienes a personas independentistas delante, si no sientes profunda repulsión hacia condenados por terrorismo como Carles Sastre u Otegui, si te quejas permanentemente de la falta de financiación autonómica, si pones en el mismo saco a los partidos constitucionalistas que a los partidos independentistas, si te quejas de que el Rey no hablara en catalán el 3 de octubre, si te quejas por las tres horas de castellano en la escuela, solo por citar algunos de los comentarios más comunes, me atrevería a decir que no se está hablando de matices de discurso, sino de complejos. Lamentablemente, el catalanismo de hoy está sobrado de complejos, incapaz de expresar claramente que ser catalán es una gran manera de ser español, que Cataluña puede contribuir sobremanera al liderazgo de España o que “diferentes” no significa “mejores”. Quizá esta es una de las razones por las que el catalanismo ha engrosado las filas del extraparlamentarismo desde que desapareciera Unió con las elecciones de 2015.

En un momento en que el debate se centra entre partidarios del Estado de Derecho y del respeto a la ley y a la democracia pluralista y constitucional, y los partidarios del populismo --con el independentismo catalán como uno de sus máximos exponentes europeos--, el catalanismo ha quedado en fuera de juego. Y me atrevería a pronosticar que permanecerá igual hasta que no se sacuda los complejos y pueda mirar de frente al independentismo, reconociéndose como constitucional, agarrándose al patriotismo que Romain Gary definía como “amor de los propios” frente al nacionalismo al que describía como “odio de los demás”.

Es más necesario que nunca superar el debate identitario nacionalista, sin la confrontación que propugna el independentismo o el victimismo que abandera el catalanismo. Propiciar mayor integración de los diferentes territorios que forman España, con un Estado fuerte, capaz de participar activamente y liderar la construcción europea post Brexit. La alternativa es caer en la irrelevancia a la que el odio y provincianismo separatista nos quieren llevar.