Núria Marín, alcaldesa de L'Hospitalet de Llobregat, y Ada Colau, alcaldesa de Barcelona / FOTOMONTAJE CG

Núria Marín, alcaldesa de L'Hospitalet de Llobregat, y Ada Colau, alcaldesa de Barcelona / FOTOMONTAJE CG

Política

Colau vs. Marín: debilidades y fortalezas de las dos alcaldesas

Las dirigentes de Barcelona y L’Hospitalet llegan al ecuador de su mandato con retos pendientes como el turismo, la vivienda o la transformación urbanística

26 mayo, 2017 00:00

Las dos alcaldesas de las principales ciudades catalanas acaban de cumplir dos años en el mandato actual de sus correspondientes consistorios. Ada Colau, líder de los comunes en Barcelona, y Núria Marín, mandataria en L’Hospitalet de Llobregat, llegaron a sendos ayuntamientos el 25 de mayo de 2015. Con una diferencia fundamental: el expertise.

A Marín le avalan nueve años de veteranía como alcaldesa, mientras que Colau aterrizó en el Gobierno municipal tras su dedicación al activismo en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Su falta de experiencia la llevó a querer romper cánones como prescindir del coche oficial --viajó en metro solo los primeros meses-- o de las vallas protectoras que la separaban de los ciudadanos, desde el ayuntamiento hasta la Generalitat, en su nombramiento como alcaldesa y que acabaron siendo un problema de seguridad.

Barcelona, no; L’Hospitalet, sí

El panorama en los dos ayuntamientos es similar, no tanto por su estructura, sino por la fractura y diversidad de los grupos que los forman. Ambos gobiernos cuentan con los mismos concejales, 11, lo que les separa de la mayoría absoluta. Colau se vio obligada a pactar con los socialistas que lidera Jaume Collboni (4 escaños) y acabó cortando de raíz el coqueteo que mantenía con el republicano Alfred Bosch (5).

Marín, esta vez, ha evitado aliarse con Canviem L’Hospitalet (ICV, EUiA y Pirates) y navega junto a los dos concejales tránsfugas de Guanyem, expulsados de su formación.

El abismo ideológico existente entre una alcaldesa y otra se palpa, sobre todo, en un aspecto determinante: mientras Barcelona rechaza acoger algunos proyectos en la ciudad por motivos de sostenibilidad, L’Hospitalet les abre las puertas al considerarlos clave para potenciar el municipio. Es el caso de la pista de hielo que el exalcalde Xavier Trias colocó en la plaza de Catalunya durante la época navideña, y el primer centro de medicina tradicional china en Europa, entre otros.

Tampoco comparten la forma de acoger acontecimientos internacionales como el Mobile World Congress (MWC) o factores como el turismo, ambos de vital importancia para Núria Marín y que Ada Colau afronta con el ceño fruncido.

Vivienda y empresas

La vivienda, tema estrella del que hacía bandera la alcaldesa de Barcelona, ha resultado ser uno de sus principales dolores de cabeza y los precios desorbitados de los alquileres en la capital catalana quedan lejos de ser asequibles para cualquiera.

A la alcaldesa de L’Hospitalet se le critica que en su horizonte visibilice antes los proyectos para empresas que los parques de vivienda y que los pisos de protección oficial tengan precios de 248.000 euros, además de piscina comunitaria.

El proyecto estelar de Marín es el Plan Director Urbanístico (PDU), aprobado recientemente por la Generalitat de Cataluña pese a la falta de apoyo de la oposición y el rechazo de una parte de los vecinos de L’Hospitalet. Unos consideran que la construcción de 26 rascacielos generará un impacto negativo en la ciudad, mientras que otros creen que aportará puestos de trabajo y reactivará unos terrenos ahora olvidados.

A Colau le aplauden iniciativas como su lucha en materia de LGTBI (Lesbianas, Gais, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales) y sus políticas medioambientales.

Ambas han sido criticadas por destinar más energías a propulsar algunas iniciativas que a cumplirlas. Núria Marín difundió la noticia de que el Cirque du Soleil se instalará en el barrio de Bellvitge hasta 2030, pese a que no hay ningún contrato firmado. Ada Colau prometió volcarse con los refugiados a través de un registro de familias de acogida y una partida de 200.000 euros, pese a que el resultado real fue colocar un contador de muertes en el mar Mediterráneo.