Los resultados que se auguran para el próximo domingo apenas tienen una mayúscula incógnita: cuántos catalanes se tomarán las elecciones del 27S con la importancia que tienen y cuál será la deriva del llamado (y elevado) voto indeciso que las encuestas publicadas hasta la fecha cocinan en función de quién paga el encargo y qué intereses mediáticos tienen. 

Es obvio que los más convencidos apoyos al cambio del status quo catalán son activistas y están movilizados con reiteración por efecto de la propaganda nacionalista desde instituciones y medios de comunicación públicos. Ninguno de ellos faltará a las urnas. Es una constatación de Perogrullo, que no necesita abundar más en ella.

El contingente de los inmigrantes y sus descendientes es el bien más preciado en estas elecciones del domingo

Diferente sucede con ese segmento de población que vota en las elecciones al Congreso de los Diputados y que se abstiene en las autonómicas.  Justo en esa porción de electores es donde se halla el elemento decantador del fiel de la balanza. Por su composición sociológica (habita de forma mayoritaria en el área metropolitana de Barcelona), por su tendencia electoral (ha constituido el gran apoyo al PSOE durante años) y por su origen (en buena medida es fruto y/o familia de los flujos migratorios de la segunda mitad del siglo XX) no son votantes mayoritariamente nacionalistas, menos todavía independentistas. Incluso con sus excepciones.

Para unos y para otros, ese contingente es el bien más preciado. A quienes aspiran a mantener la situación próxima a la realidad actual es de importancia capital que la participación electoral del 27S sea abundante en la corona metropolitana de la capital catalana. Más próxima al 80% que al 60% habitual en comicios autonómicos.

La Cataluña del futuro depende, en buena medida, de quienes han renunciado durante décadas a decidir sobre ella

Los que abogan por darle la vuelta al estatus quo también han trabajado en convencer a esas capas de población habitualmente abstencionistas para que llegada la ocasión de votar lo hagan hacia sus propuestas. Tampoco ése es un comportamiento nuevo, sino que en las pasadas elecciones municipales los partidos soberanistas se emplearon con fuerza por primera vez en feudos que no les han sido históricamente proclives. Si no mejoraron sus posiciones directas (como así sucedió) intentaron preparar el terreno para una votación tan crucial como la del próximo 27 de septiembre.

En todos los casos, resultará tan curioso como paradójico que la Cataluña del futuro esté en estos momentos de cierta equiparación de fuerzas entre los independentistas y sus contrarios en manos de los llamados nuevos catalanes. Aquellos, o sus descendientes, que llegaron al país desde otros orígenes y que han renunciado durante décadas de autonomismo a tener una presencia y una voz clara en el gobierno catalán.

No estamos, pues, ante el disputado voto del señor Cayo. En algunos partidos y posiciones se oye como un eco, recurrente y dramático, un llamamiento a la participación de ese segmento de catalanes. Una especie de grito permanente del que se percibe una sola idea: ¡Votad, votad, malditos!