Alemania, ¡qué gran paradigma de la sociedad industrial evolucionada! Sus empresas han sido presentadas ante el mundo como modelo de profesionalidad extrema, de gestión escrupulosa y de modernidad ejemplarizante. Reconocimientos que nadie se atrevería a poner en duda.

Y, ¡zasca! en todos los morros, que dicen hoy los jovenzuelos. Resulta que Volkswagen, buque insignia mundial del poderío industrial alemán se mete en un jardín del que difícilmente saldrá indemne. Por si alguien creía que la realidad es inmutable, ahí va eso.

El fraude con las emisiones contaminantes no sólo es condenable moral y éticamente. No sólo pone en evidencia a toda la cúpula dirigente de una compañía como VW, también demuestra que el compliance se extiende más allá de cláusulas y extensas documentaciones contractuales. Es también una actitud de cultura en las organizaciones.

Los tribunales (y en especial los americanos) se encargarán de ponerle precio a ese tremendo e insólito engaño a los consumidores y a las administraciones reguladoras de cada país. VW puede verse obligada a resarcir a consumidores y administraciones con cifras astronómicas. Su acción, cotizada en los grandes mercados, pasará de ser un título indispensable en una cartera segura a un chicharro de segunda división, de esos que ni los jubilados de la Bolsa de Madrid o de Barcelona siguen en el día a día.

De nada ha servido para esta enorme crisis que en el capital de Volkswagen haya capital público procedente de un lander alemán. Tampoco parece que el hecho de que los sindicatos, como el poderosísimo IG Metall, estén representados en el consejo de vigilancia del grupo empresarial, haya contribuido a evitar un fraude como el reconocido en las últimas horas.

En fin, ni Alemania (Deutsche Post, Commerzbank… entre otros escándalos recientes) es paradigma de casi nada en el mundo de la empresa occidental, ni sus métodos de management antaño tan reivindicados son infalibles. No se acercan tanto a la picaresca española, pero sus latrocinios, cuando tiene lugar, pueden ser mayores incluso. Todo ello, a sabiendas del enorme problema que tendremos con la filial española Seat. El grupo automovilístico pasará muchos años y más tiempo incluso en recuperar la confianza y la credibilidad perdida en apenas unos minutos. Con ellos se ha caído definitivamente un mito, pero lo más grave es que se nos ha caído también una empresa. Y eso es lo realmente preocupante.