Esa voz irritante y repelente que le tocó en la rifa a Marta Rovira, la dirigente de ERC que habló la semana pasada de los muertos por la calle, hace que sus patrañas sean de audición más dolorosa que otras. Compruébese que si las mismas maquiavélicas y bélicas afirmaciones las pronunciara un sosegado y monacal Oriol Junqueras acabaríamos con la sensación de estar asistiendo al sermón dominical del obispo en cualquier eucaristía. Buenos, malos y los violentos...

Ahora bien, por más endulzadas que estén las barbaridades de los dirigentes republicanos, después remachadas por los de la CUP, que cualesquiera de ellos se refieran a hipotéticas amenazas de violencia resulta más que fantasmal, ofensivo. Por la comicidad que encierra esa relación (¿Unos radicales dispuestos a todo están molestos por supuestas amenazas? ¡Acabáramos!), pero también porque en el fondo persisten en manipular sobre sus adversarios políticos. Quieren representarlos ante la opinión pública justo lo contrario de cómo quieren simbolizarse ellos. A saber: paz, amor y el Plus (TV3 en este caso) pa'l salón.

La violencia física es intolerable, hay plena coincidencia en combatirla. Pero existe una derivada ideológica, moral y casi religiosa que en Cataluña se soporta con el mayor de los silencios cómplices. La violencia de la mentira, por ejemplo. O la violencia de la marginación al discrepante. Incluso la violencia del supremacismo, la xenofobia, el dogmatismo mediático y el apartheid nacionalista. Son también ahijadas de una violencia subterránea que sí, tienen razón, practica el Estado. Olvidan conscientemente que la Generalitat y todas sus instituciones y entidades son el Estado en Cataluña, aunque eviten admitirlo y no quieran ejercerlo.

Sí, los catalanes somos prisioneros de una determinada violencia estatal, pero no la que Rovira y los cupaires explican, sino la que ellos ejercen sin complejos

Por tanto, sí, los catalanes somos prisioneros de una determinada violencia estatal, pero no la que Rovira y los cupaires explican, sino la que ellos ejercen sin complejos. La de quienes nos han gobernado con voluntad de fracturar, dividir y hasta separar a la sociedad catalana. Esa es una realidad que no debe esconderse por más tiempo.

A estas alturas de la película no basta con rechazar las tremendas estupideces de sus dirigentes. Ha llegado el momento de olvidarse de los silencios y responder con argumentos a esa pirámide de embustes que recuerda aquellos fraudes económicos basados en el esquema de Ponzi. ¿Recuerdan? Los inversores obtenían suculentos beneficios con las aportaciones de capital que realizaban los últimos llegados al grupo y así de lo que se trataba era de ir agregando a nuevos integrantes para que los que ya pertenecían siguieran percibiendo rentas. Así hasta que un día dejaban de entrar y se desentrañaba el fraude.

Para entenderlo de manera sencilla: lo de Cataluña es tan burdo en el fondo como el timo de la pirámide de Ponzi. Sustituyan dinero por mentira e inversión por ejercicio del poder político. ¿A que les cuadra a la perfección?