Fue la otra gran polémica de la temporada de cenas de empresa de diciembre de 2022 en Cataluña. La primera controversia, sendas denuncias contra el director de Principal y ex de Catalunya Ràdio y de la CCMA Saül Gordillo por un presunto doble ataque sexual, algo que se está debatiendo a fondo estos días. Corren ríos de tinta sobre los hechos. Pero como siempre, decidirán los juzgados.

De la segunda gran controversia ni se habla ni decidirán los juzgados. Uno, porque hay un clima de miedo; y dos, porque nadie ha denunciado. 

Joan Vegué, director del Plan Director de Salud Mental de Cataluña, el superasesor del Govern en salud mental, amedrentó a su plantilla el día de la cena de Navidad en diciembre. El alto cargo avisó a sus sanitarios de que sabía que "alguien estaba hablando con la prensa". Ante un pequeño auditorio atónito, que solo quería brindar tras un año aciago en salud psiquiátrica, Vegué aseguró que llegaría hasta el final. Con qué métodos y qué significa llegar hasta el final queda a interpretación del lector. Le secundó Rosa Verdaguer, directora general de la empresa de ambos. 

Vegué y Verdaguer pretendían que algún subalterno rompiera el silencio y admitiera que estaba nutriendo de información a Crónica Global. Alto cargo y ejecutiva sospechan que trabajadores de su empresa filtran información a este medio. Y decidieron pasar a todos los trabajadores a cuchillo como si de una plantación de Florida se tratara y esto fuera 1850 y no el año 2023. Con buenas palabras, eso sí, pero presionaron y coaccionaron. Con aquel chantaje emocional que alguno de los presentes, excelentes profesionales, hubiera podido describir como cuasi patológico. 

¿Qué información subleva a Vegué y Verdaguer? Que su empresa, CPB Barcelona, un proveedor público, tiene un negocio inmobiliario paralelo montado con el concierto que recibe del CatSalut. Que la CEO alquila las clínicas a su propia patrimonial, y que el esquema, que no aguantaría la investigación más simple de Antifraude o la Fiscalía, genera un business de 12 millones al año que pagamos entre todos y que nadie en el CatSalut audita o examina como debería.  

Que Vegué opera una clínica de salud mental propia en la clandestinidad que no está acreditada por la propia consejería que lo emplea. O que el entramado de CPB es tan complejo que lo público se mezcla con lo privado y nadie sabe dónde acaba lo uno y comienza lo otro. O que el plan de Vegué para la salud mental catalana beneficia a su propia empresa y hunde a los competidores, en un conflicto de interés flagrante. Y CatSalut, que paga la fiesta con dinero de todos, cazando moscas. 

Esto, y otras cosas, es lo que pasó en la otra cena de Navidad en Barcelona. Se presionó, se exigió a un grupo de sanitarios que dijeran si hablan con la prensa. Se prometió que se investigaría. En público y frente a todos. Los protocolos antiacoso laboral y las disquisiciones sobre entornos laborales seguros, arrojados por el desagüe. Con la poca vergüenza que tienen aquellos proveedores públicos que saben que su facturación está garantizada. Algo que, por cierto, también pasa con algunos medios de comunicación que no son precisamente este. 

Vegué, aún alto cargo de Salud, acorraló a sus sanitarios. Quería saber qué fuente tienen los periodistas que hablan de él, dejando entrever que ama las libertades, pero no mucho. Cuando las fuentes no están en su empresa, y si lo estuvieran, tampoco lo sabría. En su inquietante speech, lo flanqueó una Verdaguer que siempre tiene grandes palabras para su propio proyecto. 

Ambos lanzaron la diatriba a sus sanitarios con aquel arrojo de la Cataluña convergente que no sabe que ya no manda. Con aquellas gafas de los que creen que todo el mundo es su minyona. En la otra cena de Navidad se volvió a decir aquello de "ens han entrat a casa" de Marta Ferrusola, aunque con otras palabras y con bata blanca. La Cataluña-mas (en minúscula) de los que creen que esta autonomía es una plantación de algodón en la que los hilos (sic) los maneja el partido de siempre. 

Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿hasta dónde llegará, señor Vegué, para llegar hasta el final en su empresa? ¿A quién espiará para dar con un topo que no existe? ¿Cómo lo hará? ¿Pinchará teléfonos? ¿Seguirá a sus sanitarios? ¿Les intervendrá los correos electrónicos? ¿Rebuscará en su basura? ¿Pondrá micrófonos en los floreros? ¿Contratará a detectives privados? ¿Se viene un Pegasus nostrat de ele geminada y casita en La Cerdaña?

Son preguntas que, creo, se imponen. Porque Crónica Global se lo ha preguntado al alto cargo y a su empresa, sin recibir respuesta. Y porque a la luz de lo publicado --y más ahora tras la otra cena de Navidad de Barcelona-- y bajo mi humilde punto de vista, el senyor Vegué no puede seguir un minuto más en la Consejería de Salud, donde tiene despacho y asistente.

No es tolerable que un cargo público obre de esta manera, por muy preparado que esté, que lo está. Urge depurar responsabilidades antes de que continúe la secuela de esta suerte de La vida de los otros en Travessera de Les Corts. Por salud democrática.