El estado de alarma, después de poco más de 24 horas, ha cambiado lo justo el día a día de las principales ciudades de Madrid. El impacto más directo hasta el momento es el cierre de bares y restaurantes hasta las 23 horas. Que no puedan dejar las localidades en el puente del Pilar convierte estas minivacaciones en algo poco convencional, pero ¿alguien siente que vive en normalidad desde marzo?

La pandemia es una realidad con la que tendremos de convivir para largo. Nos esperan como mínimo dos años de mascarilla, gel desinfectante y la distancia social que uno se puede permitir. Lo de las reuniones de sólo seis personas es difícil de cumplir cuando en el núcleo familiar directo se supera ya este número. Dicho esto, y con todas las precauciones que merece una pandemia tan seria como la que nos ha tocado vivir, una de las prioridades de la sociedad debería ser evitar que las cosas se vayan de madre.

Resulta intolerable que a estas alturas del coronavirus algunas administraciones aún debatan iniciativas tan absurdas como la de cerrar parques infantiles. Los niños no son supertransmisores del virus, ya tenemos estudios que así lo demuestran. Punto.

Igual de bizarro resulta que se hayan normalizado actitudes como la obligación de ir solo al médico, que se eviten programar visitas por cuestiones tan peregrinas como un tapón en el oído o la absoluta dejadez ante una realidad que debería preocupar, la de miles de ciudadanos que temen salir de su casa y hace meses que se han autoimpuesto una reclusión por miedo a contraer la enfermedad. Y es que si se han demorado visitas y tratamientos por cuestiones tan serias como un cáncer, ¿cómo va a entrar en la agenda la salud mental?

De hecho, ni siquiera la salud de la ciudadanía como máxima general ha calado en las administraciones. Que la capital esté bajo el estado de alarma es el ejemplo máximo de cómo fallan nuestros gobernantes. España se ha unido a una realidad política del siglo XXI, la que instaura el chicken game como uno de los puntales de la obra de gobierno.

Así ocurrió en Cataluña durante el otoño de 2007 --¿qué hubiera pasado si Rajoy hubiese aplicado el 155 después de las sesiones del 6 y 7 de septiembre?-- y se repite en la Comunidad de Madrid a la hora de dictar medidas que intenten frenar la expansión del coronavirus. Al final, la imagen que se da es que el ábaco de los votos se impone a la sensatez que requeriría gestionar retos de esta magnitud y así lo indica hasta la OMS en el tirón de orejas que ha dado este sábado a los políticos del país por no ir de la mano en una cuestión tan seria como la crisis del coronavirus.

Si no hay unidad en evitar que se propague un virus que aún es letal, ¿qué ocurrirá con la gestión de la crisis económica que lleva pareja?