Lo dijo Josep Tarradellas, lo único que debe evitarse en política es hacer el ridículo. Esa máxima ha regido durante tiempo. Hoy, en 2016, está superada.

A los políticos, a muchos de ellos al menos, ya no les importa. Hacer el ridículo se ha convertido en un deporte de los partidos políticos y de sus dirigentes. Eso tan moderno de decir ‘paso pantalla’ se aplica sin complejos al aforismo del expresidente.

En Cataluña, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, pierde el papel institucional y le afea la conducta a la CUP. Ni equidistancias ni neutralidades institucionales, todo vale. Aquellos que se niegan a que Artur Mas, el astuto, se convierta en presidente son considerados traidores. Poco importa que su partido esté inmerso en una ciénaga, tanto da que haya sido incapaz de asumir una mínima responsabilidad política por la corrupción conocida o que tenga el territorio sin gobernación real desde 2012. Es insignificante, incluso, que las tragaderas políticas de la derecha nacionalista catalana hubieran incrementado su diámetro hasta dimensiones siderales. 

Todos aquellos contrarios a renovar a Mas como presidente son los responsables del frenazo que vivirá el proceso independentista. Así lo ven sus huestes y la corona de asesores, voceros subvencionados, intelectuales del régimen y, en conjunto, toda la fauna que trasunta con su bolsillo relacionado de manera indirecta con una administración de corte y uso nacionalista. 

Habrá elecciones en marzo y todo estará abierto. Si fuera un mercado, quedará libre una parada: la del centro-derecha, la democracia cristiana, las posiciones conservadores y del catalanismo moderado. Sus votantes, el empresariado, pequeño, mediano y grande, se ha quedado sin referencias políticas, por ejemplo. En ese espacio se librará una gran batalla entre C’s y PSC por ocuparlo.

Es cierto que se abre un nuevo ciclo: elecciones autonómicas en marzo y, con mucha posibilidad, generales en mayo. De nuevo Cataluña irá a las urnas por delante del resto de España. El nuevo ciclo es muy incierto porque el atomizado mapa político puede variar de manera notable. Incluso el muestrario de líderes, que había permanecido muy estable durante décadas, se verá alterado.

La gobernabilidad, mientras, se bloquea. Cataluña acumula un exceso de tiempo en el que pese a tener sobredosis de política han escaseado las políticas prácticas. Si contamos todas las convocatorias, las eventualidades, los parones por las campañas y demás parafernalia de los últimos tiempos, los catalanes llevamos más de tres años instalados en la indigencia política de la provisionalidad.

Con la muerte súbita de Mas a manos de la CUP, hay quien vela las armas a la sombra del calendario electoral: Oriol Junqueras y una más que probable Ada Colau. Se perfilan como los grandes beneficiarios del nuevo ciclo.