Fue el domingo cuando el líder de Ciudadanos ofreció una lección televisiva de arrojo, claridad, valentía argumental, claridad de ideas y madurez política creciente. En el debate de Jordi Évole, al que algunos intentan restarle trascendencia, pero que para la mayoría inaugura una nueva política en lo formal, Albert Rivera se merendó, literalmente, a Pablo Iglesias, el máximo dirigente de Podemos.

El catalán utilizó una técnica de altísima sofisticación, una fórmula desconocida hasta la fecha en los conciliábulos de la alta política: se definió por composición mientras su compañero de debate, o de tertulia de bar, sólo lo hacía por oposición. Ese gran descubrimiento de Rivera, tan antiguo como cualquier sofismo mahometano, le sirvió para darle una paliza televisiva a su oponente.

Al nacionalismo catalán le ha sobrecogido el rutilante ascenso de Rivera y su partido. Les preocupa mucho más que el PP, porque el chico de La Garriga habla en su lengua, lo hace con conocimiento del país y se ha convertido en la primera fuerza de oposición, cada vez más desacomplejada.

Ayer, Jordi Basté le llevó a la tertulia matinal de El Món a RAC1. Como colaborador esporádico de ese mismo espacio empiezo a conocer que no es un lugar del que uno pueda escaparse sin algún moratón intelectual. Menos aún cuando a Rivera le esperaban dos pesos pesados como el distante Antón Losada y el expatriado Jordi Graupera. Uno desde el progresismo supuesto del nacionalismo gallego y un punto romántico, otro desde el independentismo catalán revestido de intelectualidad viajada y católica, le prepararon una encerrona de la que Rivera se zafó con relativa facilidad. Sin alharacas, con datos, propuestas y desvistiendo apriorismos y teorías imposibles.

Al líder de Ciudadanos deben empezar a respetarle los que se consideran sus mayores en política o algunos supremacistas de diferente signo. Tiene posibilidades de convertirse en alguien con altas responsabilidades en poco tiempo. Emancipado como está de los Arcadi Espada, Félix Ovejero, Francesc de Carreras, Antonio Robles, José Domingo u otros que le acompañaron en sus inicios, Rivera tiene una fusta de líder que madura, se consolida y se proyecta a velocidad estratosférica.

Basté, un comunicador hábil —seguramente el mejor del audiovisual catalán en estos momentos— y que no se distingue por veleidades unionistas, constitucionalistas o terceristas, lo ha visto claro. Ipso facto, cada vez que se refiere al presidente de Ciudadanos lo hace con mayor respeto y consideración. Todo un síntoma de que a los independentistas sensibles también les empieza a hacer mella un discurso bien organizado y coherente de quienes no piensan exactamente igual que ellos. Rivera lo ha conseguido, es un hábil y escurridizo animal político.