Definitivamente, Quim Torra no es de este mundo. Dice que “hay que recuperar el hilo de la historia”. Épico. Que resistirá “hasta el último aliento”. Homérico. El presidente de la Generalitat usa y abusa de las frases grandilocuentes, pero en las últimas semanas se le está yendo de las manos eso de las citas. Los empresarios catalanes no se han recuperado todavía del mensaje que el dirigente independentista les lanzó en las jornadas del Círculo de Economía celebradas en Sitges. “Rusiñol y Charles Deering charlando en la terraza del Palau Maricel, tomando una taza de café mirando el horizonte. Esta es mi idea de Europa. La de un horizonte de mujeres y hombres libres”.

¿Que a qué venía la frase? Pues nadie lo sabe. Quedaba bien al final de un discurso leído en un tono de bronca a los empresarios que no salen a la calle a pedir un referéndum de autodeterminación. Cansino no, lo siguiente. Torra es, posiblemente, uno de los oradores menos enfáticos que ha pasado por la política catalana. Y menos empáticos también. Ni lo intenta siquiera.

Se supone que un dirigente debe ser carismático o creíble. Torra no es lo uno ni lo otro. Es un presidente por accidente al que le ha tocado gestionar los estertores del procés. Esto es, la etapa que va desde el enjuiciamiento de los políticos independentistas del 1-O hasta unas elecciones autonómicas que presumiblemente serán convocadas este otoño tras la sentencia. La legislatura ya esta agotada, y es imposible que supere el ecuador de los dos años. Proyectos identitarios aparte, lo cierto es que la gestión de Torra también ha quedado vista para sentencia. Lo vimos la semana pasada, en el nefasto balance que hizo el president sobre su primer año de gobierno. Cataluña no está falta de derechos civiles, como dice el secesionista convencido de que todavía hay esperanza para una intervención internacional. Es de derechos sociales de lo que carece. Médicos en situación precaria, pobreza infantil, caos en la Renta Garantizada de Ciudadanía, proyectos educativos sin consenso...

Pero eso, según Torra, es culpa de la asfixia financiera del Estado. Lo dice él, el presidente autonómico que más cobra y que mayor presupuesto autonómico maneja. Lo dice quien se jacta de una economía catalana cada vez más potente, con inversiones extranjeras, exportaciones y PIB al alza. Hay cierta euforia en sus palabras, que no en sus gestos, pues nuestro presidente roza lo funesto en sus intervenciones.

Una de las pocas alegrías que hemos tenido estos días procede del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona, elegido por la UE como sede de uno de los grandes superordenadores europeos. Como si no fuera con él. Es muy probable que en la fugaz visita del presidente Pedro Sánchez a este supercomputador el mismo día en que Torra se encontraba en Madrid para asistir a la última sesión del juicio hubiera una sobredosis de tacticismo, léase oportunismo político.

Pero tras el fracaso que supuso que Barcelona perdiera la sede de la Agencia Europea del Medicamento por culpa de la inestabilidad que generaba el procés, los independentistas deberían expiar sus culpas volcándose en este proyecto, y no pasar de puntillas por él, como hizo el president la semana pasada, cuando despachó la elección de la UE con una breve referencia durante un encuentro empresarial en los Pirineos. Eso sí, previa queja sobre el “insoportable déficit fiscal que sufre Cataluña”.