Hábiles con los juegos de palabras, léase, eufemismos y consignas que buscan la bronca para poder dar marcha atrás en el último momento, los nacionalistas siguen con el mantra del confinamiento total, sin explicar demasiado en qué consiste eso, pues las medidas aplicadas para afrontar el coronavirus ya son lo suficientemente duras. A no ser que se refieran al cierre completo de empresas --esa obsesión independentista por los paros de país-- y de las fronteras. Las terrestres ya están controladas, pero porque así lo aconsejó la Comisión Europea, no porque Quim Torra sea más listo que nadie.

Sin embargo, la contundencia de la frase “confinamiento total” permite al independentismo oficial y activista simular una carrera en la aplicación de medidas anti-Covid-19, pues en eso consiste la política secesionista de Torra y Puigdemont, éste sí, autoconfinado mental y físicamente en Waterloo --¡cuidado que reivindica su presidencia telemática, eso si que puede ser letal!--: en librar una batalla constante contra el enemigo exterior. Que no es precisamente el virus de marras, que debería ser su prioridad, sino un Gobierno español que, digan lo que digan los palmeros del separatismo, se está ajustando como puede a las competencias negociadas en su día con Jordi Pujol.

Si el estado de alarma decretada provoca desajustes autonómicos, se irán resolviendo. No queda otra. Pero lo cierto es que el Ejército que pagamos entre todos puede y debe desplegarse. Que son las comunidades, porque así está publicado en el BOE, las que pueden recurrir a la sanidad privada si la pública se colapsa. Y que nunca se ha cuestionado la potestad que tiene la Consejería de Interior en tráfico, que es precisamente lo que se ha hecho en Igualada (Barcelona). El Govern pone el aislamiento de esta localidad como modelo de confinamiento, con sus fugas y sus fallos. Dice que no está infringiendo la ley, porque tiene competencias para hacerlo. Entonces, ¿por qué se queja al Gobierno?

Pues porque desde que comenzó la crisis del Covid-19, el Govern no ha dejado de intoxicar, manipular e incluso mentir con la única finalidad de recibir el aplauso de sus palmeros más radicales. Ni el Ejército está tomando las calles de Cataluña, ni hay órdenes de requisar mascarillas para hacerle la puñeta a la Generalitat. Pero con un altavoz tan potente como TV3 y los trolls que se mueven en las redes sociales, ¿cómo resistirse a endosar fakes a la ciudadanía?

Por todo ello, si no fuera por la gravedad de la situación, echaríamos una risas con las palabras de Torra: “Me importan un bledo las banderas”. Lo dice él, que en aquel aciago 17 de mayo de 2018, tomó posesión de su cargo y del legado patriótico de sus predecesores, Puigdemont y el ahora equidistante Artur Mas. Lo asegura quien nunca se preocupó de los recortes sociales aplicados por el delfín de Pujol, todavía no revertidos. De aquellos barros, estos lodos sociales. Si el sistema sanitario catalán quiebra o si el paro se dispara en Cataluña a consecuencia del coronavirus, ¿también será culpa del Estado opresor? En los mentideros separatistas así constará, no así en las conciencias de los catalanes, que pedirán explicaciones a un Govern tan desleal, como irresponsable y mentiroso.

“President, posi les urnes”.