“Estoy terriblemente enfadado y no puedo soportarlo”. Esta frase se convirtió en un grito de guerra de los neoyorkinos en los años setenta, cuando la crisis del petróleo hundió sueldos y puso a Estados Unidos a los pies del muy conservador Ronald Reagan. La autoría es del estrafalario personaje de Network, la película de Sidney Lumet en la que un enloquecido presentador de televisión avisa de que se suicidirá en directo para recuperar audiencia.

La crisis, el paro y el terrorismo llenaban de cólera al locutor, pero cuando se le preguntaba por las posibles soluciones, echaba balones fuera. “No lo sé, pero estoy lleno de cólera”.

A estas alturas de columna supongo que se vislumbra el paralelismo entre este personaje y el presidente Quim Torra, quien en los últimos días le hemos visto proferir en televisión, porque poco se prodiga en ruedas de prensa y mucho menos en el Parlament, críticas, casi insultos, contra un “Estado opresor” del que, dice, hay que huir. Torra, presidente por accidente, está “terriblemente enfadado” y “no puede soportar” que Cataluña siga formando parte de España. ¿Cómo propiciar esa separación? Pues no lo sabe, pero “está lleno de cólera”. La aparición del presidente catalán en La Sexta estaba llamada a ser un momentazo televisivo. Jugaba por primera vez en campo contrario y con la rabicunda Ana Pastor como contrincante.

Disciplinado, pues así se lo ordenó Carles Puigdemont desde Waterloo, Torra tiró de épica y grandilocuencia en un discurso dirigido a los suyos, a los que el martes salieron uniformados a manifestarse en una Diada de Cataluña cada vez más distópica. Y si algún español se apunta al “proyecto libertario”, pues mejor, debió pensar Torra.

A ese “mesías catódico” de Network aludía Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, en una conferencia organizada por la Fundación March. Maldonado es autor del estupendo libro La democracia sentimental, donde analiza el combate entre la razón y la emoción en la política en el siglo XXI. Escribe sobre populismos en contraposición con una generación de políticos, la de nuestra transición democrática, que optó por la racionalidad –Santiago Carrillo, Felipe González, Adolfo Suárez e incluso el propio Jordi Pujol— en lugar de los mensajes dirigidos a las vísceras. Cuarenta años después, las cosas han cambiado mucho, la extrema derecha, los nacionalismos y la xenofobia se extienden por Europa como una balsa de aceite. “Es la indignación que se justifica en sí misma”, dice Maldonado. La de Puigdemont, Torra y el independentismo irredento. La del personaje de Lumet.

“Nada como la crisis para dar salida a las frustraciones colectivas”, añade el profesor universitario. Podemos, Vox, Junts per Catalunya o su alter ego, la Crida Nacional, cuyo nombre evoca vociferio y rauxa.

De Torra solo conocemos su perfil demagogo y plano. Entre otras cosas porque se niega a gestionar o debatir su acción de gobierno con el resto de formaciones políticas. Pero de Pedro Sánchez conocemos muchas caras. La del político que apela a los sentimientos –memoria histórica--, la del progresista que invoca los derechos humanos –refugiados—y la del gestor que sube los impuestos a los más ricos –aumento del IRPF a las rentas más altas--. Y también hemos conocido a un presidente del Gobierno implacable que resuelve las crisis en pocas horas. Y a la dimisión de Carmen Montón me remito. Quizá sea necesaria esa mezcla de actitudes para hacer frente a la crisis catalana.