Feo, muy feo eso de jugar con el miedo de la gente. Feo y mezquino. Circula un informe sanitario convenientemente filtrado por los gurús de Quim Torra que apunta al peor de los escenarios posibles respecto a los efectos del coronavirus. Los datos, alarmantes, sirven en bandeja al presidente catalán los argumentos a favor del confinamiento total y la estrategia de desgaste contra el Gobierno español. De hecho, el discurso pronunciado ayer por el dirigente independentista va en esa línea de ponerse en lo peor, aunque sin aportar pruebas de ese incremento exponencial.

En realidad, lo que Torra hace es seguir lo que algunos economistas denominan la estrategia del tiburón. Cuando este animal marino ataca a un grupo de personas, la táctica para sobrevivir no es nadar más deprisa que él, sino más rápido que los demás humanos. La metáfora es muy insolidaria, sí, y aplicada al Govern y sus llamadas al cierre de Cataluña esconde mucho cinismo. Porque, en realidad, sería el Estado español quien pagaría ese confinamiento absoluto, que implica el cierre de todas la empresas. ¿Quién si no paga el paro a los desempleados? ¿Acaso no es cierto que las ayudas catalanas a los autónomos afectados por el convid-19 ni son universales ni son compatibles con las del Estado?

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Torra, que tampoco es estúpido, aseguraba ayer que no pide privilegios, que esa medida drástica se debería aplicar en toda España. Pocas lecciones puede dar el presidente hasta que no aclare qué sucedió realmente en Igualada (Barcelona), banco de pruebas de un experimento a mayor gloria de su alcalde neoconvergente, Marc Castells, que no ha podido demostrar la supuesta incautación de mascarillas ni el origen del brote, más allá de insinuaciones sobre el comportamiento del personal médico y admitir a regañadientes, como avanzó Crónica Global, que días antes del confinamiento un grupo de empresas de Igualada viajó a Milán.

Tampoco se sabe con certeza ni el número exacto de contagiados en Igualada y si ese cierre total se puede hacer extensivo al resto de Cataluña. Pero la causa independentista bien vale verdades a medias y promesas incumplidas. Más procesismos, pero en este caso, a costa del pánico de los ciudadanos.

La intervención telemática de Torra ante los presidentes de los grupos parlamentarios demostró su falta de liderazgo. El mandatario catalán inquietó más que tranquilizó. No se trataba de hacer un balance triunfalista o lanzar las campanas al vuelo. Pero sí algo de coaching, de training ante los días venideros. Realismo no es catastrofismo. La deslealtad política, basada en el rechazo a una unidad de acción, tiene efectos colaterales: odio e insolidaridad. Saca lo peor de nosotros mismos.