¿Hay algo peor que la ausencia de un líder cuando se desencadena una situación de crisis? Pues sí. Que lo haya y se llame Quim Torra. “Gracias, pero ¿hay alguien más?”, que diría el inefable humorista Eugenio. Cataluña no tiene competencias en materia de alerta sanitaria, por lo que poco puede aportar a la prevención y solución de la epidemia del coronavirus, más allá de aplicar las indicaciones del Ministerio de Sanidad y destinar los recursos personales y materiales necesarios para hacer frente a una patología que requiere también de grandes dosis de serenidad y mesura.

Evitar que el pánico se extienda entre la ciudadanía catalana sí que depende de la Generalitat, obligada a garantizar un máximo de transparencia, aplomo y rigor en sus comunicaciones. Sea por el escaso convencimiento que muestra Torra en todas sus comparecencias, sea por los nervios que transmite la consejera de Salud, Alba Vergés, lo cierto es que el Govern destila inseguridad y, sobre todo, amateurismo. Una combinación que les resta credibilidad. ¿Se cerrarán colegios o no? ¿Son 150 infectados o 700? Evitar alarmismo no significa escatimar información. Mejor pecar por exceso que por defecto. Sinceridad siempre, opacidad nunca.

Nadie dijo que fuera fácil asumir las riendas de un país, pero en cuestiones sanitarias, llevamos demasiados años soportando en Cataluña una gestión errática basada en la deconstrucción de políticas anteriores sin tener una alternativa mejor. Revertir los recortes de Artur Mas tenía que haber sido la prioridad de los consejeros Toni Comín y Alba Vergés al frente del departamento de Salud, ese ente gigantesco heredado de Convergència, todo hay que decirlo, donde los contratos a dedo y el enchufismo se han convertido en una práctica habitual. La colaboración público-privada impulsada por Jordi Pujol y gestionada por Xavier Trias --que a diferencia de Comín y Vergés, sí es médico-- convirtió la sanidad catalana en un modelo a seguir. Aquellos éxitos distrajeron la atención de aquellas corruptelas internas que hoy perduran.

Por denunciar esos amiguismos en la gestión sanitaria en Crónica Global, los funcionarios están sufriendo una auténtica caza de brujas. A eso dedican sus esfuerzos los dirigentes de esta Consejería, mientras crece el número de profesionales de la sanidad obligados a hacer cuarentena por el coronavirus, lo que está dejando sin efectivos los principales centros sanitarios, abundando así en el aumento de las listas de espera.

Comín utilizó la Consejería para su proyección procesista personal --hasta que se fugó con Carles Puigdemont-- y Vergés aterrizó en ese negociado por casualidad, pues era otro el que estaba llamado a ocuparlo. Otro con más experiencia y credibilidad --precisamente lo que se necesita ante el coronavirus--, pero que se vio obligado a tirar la toalla ante tanto politiqueo. Nos referimos a David Elvira, exdirector del Servei Català de la Salut (CatSalut), el gestor que actuaba de apagafuegos de Comín, hoy retornado a la empresa privada.

Así, nos encontramos con dos altos dirigentes por accidente, Quim Torra y Alba Vergés, que casi en tiempo de descuento, esto es, a punto de concluir esta legislatura agotada, han asumido el control del coronavirus en Cataluña. Lo dicho, ¿hay alguien más?