Parecía imposible, pero ha sucedido. Todas las fuerzas políticas salvo la suya están contra Artur Mas. El presidente en funciones sólo cuenta ya con el apoyo de Junts pel Sí, donde CDC y ERC dormitan en la misma tienda de campaña, aunque cuando se les acaben las vacaciones cada quien regresará a su domicilio. 

Todos los partidos de ámbito español pasarán por la Moncloa en las próximas horas para plantar cara al golpe al Estado de la resolución independentista presentada en el Parlamento catalán. Pero la sorpresa radica en la CUP, que está por proseguir el proceso soberanista pero tampoco quiere a Mas como presidente de los catalanes.

Esa extraña coincidencia debe hacer reflexionar al político convergente. Es meritorio haber movido masas a su antojo, aunque del dinero público hubiera sido necesario servirse. Hasta puede reconocerse una capacidad de supervivencia personal a prueba de bomba si consideramos que ha llegado hasta aquí. Pero todos aquellos que no le quieren son muchos más, incluso en la cámara legislativa catalana en número de escaños.

¿Cómo puede irse Mas? ¿A la japonesa? Siempre le quedará esa salida de hacerse un harakiri público, pero seguro que en su interior –en esa mesiánica aureola que le rodea desde hace meses– le parecerá un sacrificio aún mayor que el cometido hasta la fecha, cuando se ha pasado por el arco del triunfo toda su ideología y crédito político anterior.

Tenemos, pues, dos novedades en el horizonte. Ver cómo avanza el proceso en el Parlament y cómo se forma Govern de la Generalitat y otro affaire de nuevo cuño: cuál es la forma más adecuada (o reivindicada por el protagonista) de darle la salida a Mas, que seguro tendrá un fondo de banderas especial y una retransmisión televisiva adecuada.

Tiene mérito el presidente, al final. Ha conseguido incluso más que su candidatura. Hay más votos en Cataluña en su contra que a su favor. Ellos que son tan aficionados a contar pueden echar cuentas…