Los dos partidos que han desarrollado una política informativa más sectaria en la España de los últimos 40 años son, sin lugar a ningún género de dudas, Unidas Podemos y Vox. Su trato a los medios no observa las mínimas normas de respeto a la libertad de expresión, de información y al ejercicio de la crítica; y revela un concepto absolutamente instrumental de la información. Aunque lo parezca, no es un insulto, sino una constatación. El tercer puesto en ese ranking lo ocupa la Generalitat ante quienes enjuician su actividad sin complicidades ni equidistancia.

La reaparición pública de Pablo Iglesias anunciando que ejercerá un “periodismo crítico” es la confirmación de esa forma de entender los medios y su función social. El exvicepresidente del Gobierno está confundido, sus artículos y opiniones nunca han sido de análisis de la realidad, sino de ataque a la realidad que no le gusta.

Solo hay que visionar sus intervenciones parlamentarias, sus ruedas de prensa y sus mítines: no distingue entre una cosa y otra. Su discurso siempre es el mismo, incluso en el tono y el volumen de voz, un estilo que tantos dirigentes de Podemos –Irene Montero la primera-- han mimetizado. Daba igual que estuviera en Vista Alegre, en el Congreso o en la Moncloa, siempre sermoneaba.

Promete volver por donde solía cuando nos alerta del peligro de Vox y de la posibilidad de que llegue a gobernar con el PP. Aplica la misma técnica que el independentismo al agitar el espantajo de la extrema derecha en un intento de condicionar a los ciudadanos. Vox no sería lo que hoy es si no fuera por la tensión a que han sometido al sistema democrático los separatistas catalanes y el republicanismo de salón de las fuerzas que ahora ocupan el espacio que en otras épocas había sido del PCE. Ahí se va a entender a las mil maravillas con otra tertuliana de Rac1, Pilar Rahola, representante del exiliado Carles Puigdemont en el interior.

Tampoco decepciona Pablo Iglesias cuando promete poner solución al mapa mediático español, que desde su punto de vista está en manos de multimillonarios. Es su discurso de siempre, aunque más contradictorio que nunca. La Sexta y Cuatro le dieron a conocer cuando comenzaba su carrera política, mostrando un interés que solo podía explicar el deseo de una cadena de televisión propiedad de multimillonarios por fraccionar el voto de la izquierda; como así sucedió.

Reaparece en la radio líder de Cataluña, propiedad de Javier Godó, un noble riquísimo, dueño también de La Vanguardia, diario al que el exsecretario general de Podemos siempre ha tratado muy bien por su buena relación con alguno de sus periodistas y por la reciprocidad con que le paga la cabecera. Incluso le regaló la exclusiva de su nuevo look, sin moño ni coleta, tras dejar la primera línea política. Iglesias también colabora en una publicación vinculada a Jaume Roures, otro magnate de los medios con el que mantiene una estrecha relación personal, política y profesional. Se ve que los millones no ofenden, que todo depende de si el que los tiene es amigo o enemigo.

No es el primer expolítico que participa en tertulias periodísticas, pero sí el primero que lo hace conservando una gran influencia en la dirección de su partido. Es como si Felipe González en 1996 o José María Aznar en 2004 hubieran acudido cada semana a la radio para dar su opinión sobre la actualidad política. Ahí está el verdadero interés de esta vuelta a los micrófonos.