Los resultados electorales del 26M en Cataluña han dado lugar a diferentes interpretaciones. Para aquellos constitucionalistas que abogan por un acercamiento al independentismo que ayude a superar el procés --los terceristas--, la victoria de ERC en las municipales indica que su modelo es el elegido por la mayoría de los nacionalistas. Un modelo que, supuestamente, implica un giro hacia el sentido común, el pactismo, el posibilismo, la moderación y el cumplimiento del Estado de derecho frente a la alternativa enloquecida y destructiva de Puigdemont y su JxCat.

A mí, en cambio, no me parece una prueba de moderación el hecho de que ERC se haya presentado a las europeas en coalición con EH Bildu, la formación liderada por el exterrorista de ETA Arnaldo Otegi. Ni creo que sean una muestra de sentido común y posibilismo las palabras de ayer de la portavoz de ERC, Marta Vilalta, reclamando al resto de formaciones secesionistas “una unidad estratégica de acción que haga posible la consolidación de la República catalana”. ¿La consolidación de la República catalana? ¿Pero de qué planeta vienen?

En todo caso, y suponiendo --que es mucho suponer-- que los de Junqueras representen el independentismo sensato, la mejor fórmula para evaluar el grado de apoyo a cada una de las alternativas secesionistas no son las municipales. En la elección de los alcaldes intervienen múltiples motivaciones más allá del tipo de estrategia preferida para intentar fracturar el país. Y en el caso de Barcelona, es probable que Maragall haya concentrado el voto útil independentista, pues era la única candidatura de ese ámbito que podía desbancar a Colau.

Lo cierto es que el 26M ofrecía un campo de juego mucho más nítido en el que dirimir esa disputa por la hegemonía del discurso independentista: las elecciones europeas. De hecho, los dos líderes --Puigdemont y Junqueras-- encabezaban sus respectivas listas, dejando claro que se trataba de una suerte de plebiscito. Y el resultado ha sido irrefutable: la vía Puigdemont ha arrasado a la vía Junqueras. 987.000 votos frente a 733.000.

Concluir que los independentistas han abrazado la moderación es confundir los deseos con la realidad. Es cierto que Cataluña no vive en el estado insurreccional de otoño de 2017 pero no es menos cierto que los partidarios de la secesión siguen apostando por la hoja de ruta enfermiza de Puigdemont y sus secuaces.

Si el expresident fugado consigue hacerse finalmente con su acta de eurodiputado --cosa que aún está por ver--, no hay duda de que intensificará su labor de erosión de la democracia española desde el foro más potente que ha tenido a su alcance hasta ahora.

Así las cosas, tal vez el destierro de Borrell a Bruselas acabe siendo un acierto inesperado de Pedro Sánchez, pues nadie mejor que él para contrarrestar la actividad subversiva de Puigdemont en el Parlamento Europeo.

Sea como fuere, el 26M ha servido para confirmar que el desafío independentista está lejos de desvanecerse.