La decisión del Gobierno de Austria de confinar de nuevo a sus ciudadanos por el tamaño del nuevo brote de coronavirus en el territorio ha disparado las alarmas en nuestro país. Y lo ha hecho de la mejor manera que se nos da, con la proliferación de teorías semiconspirativas sobre la mala gestión de la pandemia y la necesidad de encerrarnos todos en casa.
Los datos epidemiológicos que se manejan las últimas semanas son mejorables, pero aún no llegan a la alarma. De hecho, incluso los expertos con visiones más favorables a las restricciones personales señalan que aún es pronto para ampliar el uso del pasaporte Covid en el territorio. Son claros en afirmar que será necesario en pocas semanas si la tendencia continúa, y no hay visos de un cambio, pero aún es pronto para ello.
Para la inmensa mayoría de la población esto será un trámite sin más. La vacunación en nuestro país ha sido ejemplar. El 79,2% de la población está inmunizada con pauta completa, por delante de Italia (73,8%) y solo superado por Portugal (86,6%) en la Unión Europea.
Es uno de los países cuyos habitantes han decidido inocularse la única barrera que se ha demostrado eficaz contra el virus muy por delante del 64,8% de los habitantes de Austria, que ahora se deberán quedar en casa y recibir la vacuna de forma obligatoria --cuestión que abre un debate jurídico que es necesario-- o el 67,7% de los alemanes, donde las restricciones son ahora más duras. Por no hablar de Luxembugro y su 66,2% de la población con barrera; Suiza, con el 65,4%; el 68,8% de Reino Unido; o el 67,5% de los finlandeses. En cuanto a Polonia, sólo el 53,2% de los habitantes han recibido la pauta completa, tasa que baja al 42,7% en Eslovaquia.
Todo ello, en territorios donde el acceso a las dosis de los diferentes fabricantes es similar. El hecho diferencial en estos países es el concepto de comunidad, el de cómo se interpretan las libertades individuales y, lo que más peso tiene, la importancia de vivir en contacto con los tuyos. Y es que aunque seamos muy solidarios, lo que nos hace de verdad tan altruistas como para aparcar las dudas sobre los efectos secundarios de la vacuna (que pesa más en la decisión que el negacionismo con la pandemia y con su efectividad) es el hecho de que queremos cenar en un restaurante e irnos de vacaciones.
El puente de diciembre, el combo de la Constitución y la Purísima, ha hecho mucho más para convencer a ese 20% de españoles que aún se resiste a vacunarse que todas las campañas del ministerio y la consejería de Sanidad juntas. De allí las colas de más de dos horas en los puntos de inmunización sin cita previa, cosa que se debe aplaudir. Solo con este gesto masivo se podrá relegar el coronavirus al mismo cajón que el resto de virus que nos visitan de forma recurrente. Escenario al que no se llegará, no lo olvidemos, hasta que las vacunas no lleguen a todo el planeta. Incluido el tercer mundo.
Es la única alternativa probada para evitar que se repitan las cifras más dolorosas de la pandemia. ¿La sociedad puede soportar que el Covid deje unas seis víctimas mortales al día? Lo más probable es que sí. Más, cuando el riesgo de colapso del sistema sanitario es tan bajo en el momento actual. El pánico ha desaparecido en los hospitales, que se resisten a modificar los protocolos de visita, y la tensión actual se concentra en la atención primaria. Por los problemas de recursos que arrastran desde hace años que, con los proyectos presupuestarios en la mano, no tiene visos de solucionarse. Con todo, eso es parte de otro debate. Por lo menos, ante el Covid la población sí ha puesto de su parte.