La convocatoria del congreso de Junts propició que las diferentes familias del partido se lanzasen dardos, lo habitual en las organizaciones (públicas o de cualquier otra naturaleza) que llegan divididas a un cónclave. Pero cuando ha pasado poco más de una semana desde que Carles Puigdemont y Jordi Sànchez dieran un paso al lado, los neoconvergentes han demostrado que son d'ordre y ya se han repartido las sillas.

La sangre sí ha llegado al río y ha provocado un terremoto en el Ayuntamiento de Barcelona. Elsa Artadi dejará la política, harta del desgaste de ejercer de facto de líder de la oposición en la ciudad, pero, de forma especial, del que genera una oposición interna que se ha ejercido a puñalada limpia, tal y como apuntan desde su entorno.

Con la incógnita en el aire de quién la sustituirá --¿llegará a buen puerto la operación Biden de recuperar a Xavier Trias?--, parece que Junts se dirige hacia el camino de bajar el diapasón de la radicalidad. En los últimos días se ha visto hasta a Jordi Puigneró reinventarse en político pragmático. El de Sant Cugat reclamó dejar las “manos libres” a los ediles de Junts para cerrar pactos con el PSC tras las locales de 2023. La apuesta por la sociovergencia que casi le cuesta el cargo a la consejera de Justicia, Lourdes Ciuró.

Puigneró marcó distancias con Laura Borràs, sí, pero también sacó pecho ante un Jaume Giró que aparece en todas las quinielas para ganar más presencia dentro del partido. El presidente del Círculo de Economía, Javier Faus, le preguntó de forma directa si quería ser el próximo presidente de la Generalitat y el aún político independiente evitó soltar prenda. Se limitó a bromear.

La reestructuración interna de Junts, choca con una ERC que sigue en la cuerda de equilibrio que implica intercalar los discursos moderados con otros más escorados. De hecho, esta semana hemos escuchado al president Pere Aragonès lanzar un discurso liberal a los empresarios del Círculo y asegurarles que él no tiene “un pelo de sectario”. Es creíble. De hecho, incluso tendió la mano a Pedro Sánchez en el mismo encuentro del lobby para superar la crisis del Pegasus. Pero ¿pasaría la prueba del algodón su partido?

Todo ello, en un panorama político estatal en el que crecen los radicalismos. Hay pelea por ser mejor guardián de las esencias (las que sean) que el de al lado y la palabra concertación parece que ha desaparecido del mapa. Incluso ciertos pactos se plantean más como una adhesión sin fisuras que como un acuerdo sin más por alcanzar intereses comunes.

Como alertaron la directora de la fundación de políticas públicas Fiiapp, Anna Terrón, y el presidente de Cáritas España, Manuel Bretón, en las mismas jornadas del Círculo, la “desigualdad evidente” y creciente que se da en el contexto económico actual da alas “a la inestabilidad política” y a los radicalismos. Por lo que bienvenida sea la moderación. Más, con el fantasma de un nuevo ajuste fiscal marcado desde Bruselas al Gobierno de España. Los empresarios dan por sentado que a Moncloa le impondrán un nuevo tijeretazo y lanzan la gran pregunta: ¿Lo resistirá la coalición de gobierno? ¿O será la estocada final al pacto PSOE-Unidas Podemos que pondrá la alfombra roja a Alberto Núñez Feijóo?

El popular ya se presentó ante el empresariado catalán con un discurso presidencialista que gustó, y mucho, a los asistentes. Lo que chirría incluso al grueso de la élite económica catalana es que el PP se tenga que apoyar en un Vox cada vez más crecido para llegar a Moncloa. Especialmente si esto implica incorporar a los neofranquistas en el Gobierno. Y es que no se quieren a sectarios en cotas de poder.