Quienes hemos tenido la suerte de conocer los barrios obreros del área metropolitana de Barcelona durante décadas, quienes hemos habitado en esa especie de cementerios verticales que el desarrollismo franquista levantó para concentrar la mano de obra inmigrada y situarla próxima a los polígonos industriales y a los centros de actividad manufacturera tenemos multitud de dudas sobre qué votar el próximo domingo, pero tenemos una única certeza: Rufián no es de los nuestros.

La operación de Oriol Junqueras tiene toda la pinta de salir rana. Gabriel Rufián tiene escasos méritos políticos para encabezar una candidatura electoral como la de ERC, que parecía dirigirse hacia el éxito el 20D. El único meritaje que le avala es su condición de castellanohablante. Si Junqueras pensó que expresándose en la lengua de Cervantes conseguiría atraer algún voto más en esas zonas menos aburguesadas de la Cataluña que irá a las urnas cometió un error de bisoñez política.

Rufián cabría en el paisaje metropolitano, pero no encaja con el paisanaje

Rufián podría formar parte de ese paisaje metropolitano. Pero no encaja con el paisanaje: la humildad de los ciudadanos de esos barrios y ciudades conecta fatal con la arrogancia, petulancia oratoria o soberbia política llevada al extremo. En esos barrios, señor Junqueras, también habita el sentido común y el olfato político. A su candidato Rufián los obreros de Ciutat Bàdia, de Montcada i Reixac, de Cornellà, de La Llagosta o de Sant Adrià del Besòs no le acompañarían ni a recoger billetes de 500 euros del suelo. Hable como el Quijote o en la lengua de Espriu, no es ese el asunto.

ERC ha querido apostar por el márketing de un independentismo de raíz española. Está en su pleno derecho, pero se equivocó de persona y de perfil. Josep Lluís Carod Rovira fue capaz en su día de movilizar más voto en esas zonas de lo que aportará el neopersonaje Rufián.

A ERC le falta perspicacia para entrar en la Cataluña más hostil a sus postulados independentistas

Justo ahí en el territorio donde ERC no consigue penetrar, sus ciudadanos saben a la perfección y por desgracia cómo funciona la percepción de las prestaciones por desempleo. Y son tan honrados la mayoría que hubieran preferido que Rufián dejara la política después de su patinazo a propósito de decir por qué cobraba el paro.

A los independentistas republicanos les falta mucho recorrido y perspicacia para entrar en esa Cataluña hostil a sus postulados. Están demasiado acostumbrados a vivir otro espacio territorial, vital y político hasta el punto de aislarse y confundir sus estrategias. En su día, Pujol lo intentó con aliados como Justo Molinero o el consejero Antoni Comas, aquel repartidor de dádivas entre las casas regionales. Mejoró algo el tiro, pero jamás consiguió que su partido obtuviera una alcaldía importante del cinturón ni ser la fuerza más votada en unas elecciones generales. Logró, eso sí, que ese espacio ciudadano se inhibiera en la política autonómica, suficiente para revalidar mandato tras mandato.

¿Y sabe por qué, señor Junqueras? Porque Rufián no es de los nuestros. No sé si me entiende, aunque lo intuyo: si lo hiciera no hubiera apostado por ese candidato, seguro.