El pactismo y lo contrario está de moda. Desde los pactos del Majestic, España no andaba tan convulsa con eso de que las formaciones políticas se acerquen unas a otras y cortejen ante la opinión pública en defensa de sus respectivos intereses.

Por activa y por pasiva se ha dicho que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez no son sólo los líderes de los dos primeros partidos del país, sino también los dirigentes que más números cogieron en la tómbola del fracaso político.

Sánchez, por mérito propio y por influencia de una organización en la que las bases, los antiguos y los nuevos dirigentes son incapaces de consensuar cuál debe ser su postura en los nuevos tiempos políticos que se vivirán en España.

Los socialistas andan quejosos. En Cataluña, además, un pelín despistados. Por más que José Zaragoza ha intentado darle un baño de realidad al PSC en los últimos meses las ambigüedades en la posición política siguen aflorando de manera recurrente. Miquel Iceta, intelectualmente respetable, tiene problemas ejecutorios para convencer a su electorado clásico con propuestas políticas que no acaban de definir al partido en tiempos de blancos y negros, de ausencia de matices con respecto a la cosa catalana.

Para muchos votantes históricos, la indefinición les ha hecho perder apoyo a favor de Ciudadanos. Hay quien defiende que una parte de su electorado y su cúpula se hizo indepe y se fue, como Ernest Maragall, Montse Tura, Marina Geli, Ferran Mascarell… a la competencia soberanista. Lo cierto es que, sea por una u otra razón, al PSC los términos medios no le funcionan. Siempre tuvo éxito cuando se aclaró, como gobernante de la Cataluña municipal, o como oposición frontal a la CDC de Pujol. 

Sin saberse muy bien a cambio de qué, Iceta se ofrece para pactar los presupuestos catalanes con Carles Puigdemont. Si llega al acuerdo, aunque consiga alguna contraprestación política a cambio, acabará de enterrar el espacio de claridad que hizo triunfador a su partido en otros tiempos y lo jibarizó, por ejemplo, en etapa del tripartito.

En el Ayuntamiento de Barcelona, donde también se perdió fuerza, Jaume Collboni intenta tocar poder. Se pide el área de promoción económica, que a Gerardo Pisarello y los coletas de Ada Colau no les importa ceder (entre otras razones porque no la entienden del todo) mientras preparan a su lideresa camino de la Generalitat. Collboni no tiene el apoyo de las bases socialistas para entrar en el gobierno de BComú. Le pasa como a Pedro Sánchez en Madrid, se debate entre el quiero, puedo y debo; su decisión va como un péndulo entre dos ideas: conviene o nos fríe en las urnas.

El chascarrillo que ya circula por la ciudad es que Collboni es el Pedro Sánchez catalán. Se lo juega toda a una carta. Si fracasa en el acercamiento a Colau y al gobierno más radical que lidera puede entrar en la deglutidora de líderes que el PSC inauguró tras la salida del equipo charnepower de José Montilla y que ha ido cobrándose víctimas con insaciable voracidad. Si se equivoca quedándose fuera también puede acabar en la máquina. No lo tiene fácil el líder municipal del PSC.