Una de las grandes carencias de la política española es la falta de concreción. Hay mucho de demagogia y muy poco, o nada, de cifras claras y comprensibles.

Es lo que le dijo ayer el presidente de la CEOE, Juan Rosell, al candidato socialista a presidente, Pedro Sánchez. Somos cojonudos: si pedimos que la gasolina sea gratis seguro que todos nos apuntamos; si se propone que las panaderías vendan las barras de pan sin coste sería una maravilla. Pero, concluido el populismo, ¿cuánto le cuesta al Estado cualquier medida que adopte? Y, siguiendo en esa línea, ¿podemos pagarlo? 

Insisto en que la principal escasez española no es el déficit de las cuentas públicas, aunque a veces sea abultado en exceso. La mayor insuficiencia de la política en España es que los gobernantes se olvidan de cuantificar el coste de sus medidas y de explicarnos cómo piensan hacer frente a su coste.

Cuanto más socialdemócratas se declaran más oscuros son con respecto a esta cuestión. En política no bastan sólo las buenas intenciones. Al contrario, los gobernantes mejor valorados acostumbran a ser aquellos que son capaces de ajustar sus promesas a la realidad. De los utópicos e idealistas puede quedarnos en la retina la necesidad de avanzar, pero al final todos descendemos a la realidad, al reino de lo posible. 

El señor Pedro Sánchez tiene la noble obligación de intentar formar un gobierno. Si es capaz de señalarnos cuánto costarán las medidas que desea aplicar es más probable que se le haga caso y si, encima, nos propone un sistema para pagarlo (quito de aquí y pongo allá) aún será más probable que la opinión pública lo valide. 

Mientras, como le dijo el patrono Rosell, las buenas intenciones se le suponen, pero hace falta algo más.