Puigdemont se ha dado su baño de masas en Perpiñán. El independentismo más irredento ha podido disfrutar de otro día épico en la denominada Catalunya nord. Los discursos han sido lo de menos en un acto preelectoral retransmitido en riguroso directo por TV3. El ahora eurodiputado quería mostrar músculo y lo ha conseguido, ya que ha sido la estrella a la que 150.000 personas según los organizadores --110.000 según la Dirección Départamentale de la Sécurité Públique-- se han acercado a ver. Su show ha superado incluso el pánico desatado por el coronavirus y las recomendaciones de evitar eventos multitudinarios. Incluso ha contado con extras, Clara Ponsatí y Toni Comín.

El expresidente de la Generalitat huido es un producto de consumo de masas. No hace mucho el actual presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, se paseaba en su coche particular con la careta de Puigdemont, la misma que se repartió en el cierre del Primavera Sound de 2018, entre otros eventos. Se sabe querido por una parte de la sociedad catalana y explota este relato lo máximo posible con un gran objetivo en el foco: dar la vuelta a las encuestas electorales y pasar de nuevo por delante de ERC en los próximos comicios catalanes. Un reto manido que ya se ha superado en un pasado no muy lejano.

Puigdemont controla la fecha de las elecciones y aquí los de Oriol Junqueras tienen las de perder. Cataluña se consolida de este modo en la gesticulación sin fin de los partidos independentistas para ganar enteros entre una parte de la población que representa aproximadamente la mitad de la comunidad pero que su poder en las urnas otorga el control del Parlament. Es decir, continúa una pugna entre ellos mientras se llenan la boca de unidad con permiso de la CUP, lejos de Perpiñán este sábado al considerar que no se suman a actos de partido. 

Todo ello con una mesa de negociación en marcha que aspira a encabezar un presidente amortizado, Quim Torra, que aplaudía entusiasmado a su predecesor en la frontera francesa y que no deja de ser otra gesticulación. En este caso, del Gobierno para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. Los que pasarán página de forma definitiva a las cuentas que aún están vigentes y que ni su autor, Cristóbal Montoro, podía imaginar que serían tan longevas.

La aprobación del techo de gasto de 2020 --y, de extranjis, de 2021-- esta semana en el Congreso de los Diputados no es una cuestión menor. Especialmente resaltable es cómo Pedro Sánchez introdujo en la misma votación el visto bueno de la regla para el año próximo, un balón de oxígeno para el Ejecutivo de PSOE y Podemos si se llegara a un cambio de equilibrio en la mayoría que ostentan en la actualidad. Y la pugna entre independentistas posibilita este escenario. Otra muestra de la capacidad de supervivencia del presidente.

Mientras, Cataluña abre de nuevo como mínimo otro semestre de parálisis política. Más tiempo de mucho ruido y pocos hechos a la espera de que se esclarezca el panorama electoral. Se prevé otro otoño en las urnas con un resultado que diferirá poco del actual. La gran incógnita es si ERC se atreverá a romper con Puigdemont (JxCat) o se traga el sapo y reedita el pacto con sus socios en las últimas legislaturas. Es decir, dar más aire a una unidad inexistente ya en pleno postprocés.