Ahora, y quizá por primera vez en el contencioso que vive Cataluña, la pelota ha sido bombeada al terreno del nacionalismo independentista. Es el Govern actual quien tiene en su mano paralizar el despropósito que nos rige o ir a las barricadas. Así, sin medias tintas, sin grises que nos permitan refugiarnos del blanco o del negro.

Si Carles Puigdemont y Oriol Junqueras no convocan elecciones autonómicas y regresan al orden estatutario se abre un periodo ignoto para la Cataluña futura. Además, es posible que seis meses sean del todo insuficientes para recomponer aquello que el terremoto político vivido habrá arrasado.

Fíjense: desde que Artur Mas inició el pulso político al Estado --y nunca lo olvidemos: el agravio a los catalanes no independentistas--, estamos de duelo permanente. En la zona de orden político, primero feneció Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), luego el PSC --cuyos pedazos aún pueden descomponerse más, según avancen los acontecimientos--; en lo económico hemos perdido miles de empresas, el turismo amenaza con dejar de ser nuestra primera industria, nos hemos quedado sin las multinacionales catalanas y no tenemos banca propia; en el ámbito social el Barça está siendo asediado por el nacionalismo, los Mossos d'Esquadra son la policía preferida por una parte de la población pero no por la totalidad, la sociedad civil es civil e independentista por la presión del poder público, los ciudadanos andamos de discusión en discusión y la calle corre el riesgo de anarquizarse hasta extremos peligrosos.

Si Puigdemont permanece atrincherado en su actual discurso y declara la independencia en el Parlament, lo que persigue es primero la victimización, luego la batalla a campo abierto

El balance, antes de que concluya el conflicto, es desolador y distribuye un pesimismo general que afectará a los intereses colectivos de toda una comunidad. La respuesta del Gobierno de Mariano Rajoy no podía ser otra que frenar la escalada de insumisiones e insurrecciones por la vía de la ley con el uso del artículo 155 de la Constitución. Para ello ha obtenido el aval del PSOE de Pedro Sánchez y la formación Ciudadanos, de Albert Rivera. El líder socialista está pasando un momento difícil, hubiera preferido evitar que el 155 entrara en escena, pero al final ha constatado que en el actual estado de cosas era materialmente imposible quedarse al margen en un delicado pasaje de la historia de España. Sin embargo, ayer dio en el clavo: sólo Puigdemont está ya facultado para impedir que el Estado se vea obligado a tomar el control de la autonomía catalana. ¿Cómo? Llamando con urgencia a las urnas.

Si el presidente de la Generalitat convoca elecciones frenará la aplicación del durísimo paquete de medidas emanado del artículo de la Constitución. Si permanece atrincherado en su actual discurso y declara la independencia en el Parlament, lo que persigue es otra cosa distinta: primero la victimización, luego la batalla a campo abierto.

Que haya unos dos millones de catalanes dispuestos a la guerra que se abriría casa fatal con el discurso que elaboran de pacifismo, serenidad y actitud cívica. Lo que piden es lo mismo que la CUP, el mambo. Esa estrategia del nuevo anarquismo de tomar las calles, movilizar a la población con medias verdades y propaganda permanente puede dar algún fruto cortoplacista, pero deja un paisaje de derrota general para todos. Así se pierden hoy las guerras, en los mercados, con desempleo, desigualdad, división, imagen internacional deteriorada y una generación que se empobrecerá súbitamente. Habrán ganado la batalla de poner al Estado contra las cuerdas, pero en esta guerra nos habrán hecho perder a todos mucho más de lo que ellos se juegan.