Tras la publicación por El Periódico de Catalunya del documento que acredita la existencia de alertas de posibles actividades terroristas, la prensa de Cataluña se ha radicalizado con meteórica velocidad, al igual que la sociedad, en dos frentes, los que apoyan la independencia y los que están en contra. Hasta ese momento hubo tiempos de dificultades para saber qué planteamientos defendía cada quien y los dos grupos líderes del mapa, el propio medio citado y La Vanguardia, estaban en posiciones de supuesta equidistancia que se han quebrado de manera definitiva.

La Vanguardia ha preferido poner sobre la mesa los errores formales de Enric Hernàndez, director de El Periódico, a los aciertos de fondo que ha logrado. Los articulistas del medio, algunos incluso formando parte de su staff directivo, han cargado de manera sibilina contra lo que consideran una actividad propagandística. El diario del Grupo Godó vive en un constante quiero y no puedo, en una dualidad permanente que se hace más visible entre su edición tradicional en papel, dirigida por Màrius Carol, y la digital, que comanda Jordi Juan.

El Periódico ha sido reprendido por el Gobierno de la Generalitat. Su sheriff policial incluso les chuleó en rueda de prensa, pistola al cinto incluida. Entre otras razones porque es una de las empresas que malvive gracias a las subvenciones públicas y a la publicidad institucional que recibe. No se respeta al dependiente. Algunos debieron pensar que esos fondos eran capital suficiente para granjearse el silencio cómplice del rotativo. El chasco ha sido monumental y ahora sus detractores están en aquella posición del inversor que ve cómo decae su capital en una empresa.

La Vanguardia ha preferido poner sobre la mesa los errores formales de Enric Hernàndez, director de El Periódico, a los aciertos de fondo que ha logrado

En el caso del diario de los Godó la cosa es más compleja, su medio de papel editorializa en contra del procés mientras sus articulistas bien pagados lo defienden y dan artillería a los promotores. La edición digital está menos acomplejada y gracias a algún periodista soberanista con hiperactividad profesional logran dar una visión del país que apunta en una determinada y unívoca dirección: Cataluña será independiente o no será.

No me referiré ni al diario Ara ni a El Punt Avui, porque ambos sólo subsisten con su actual morfología gracias al dinero público. El mercado no les acompaña ni la audiencia los refrenda, situación que los convertiría en irrelevantes en un mercado normalizado. Cataluña puede vivir sin ellos y sus editores seguirán siendo grandes carniceros, tenderos, vendedores de publicidad o de sopicaldos.

En un escalón diferente, cada vez más relevante, se encuentran los medios digitales. El nacionalismo lleva años amamantando a un grupo no menor de editores independentistas que han hecho de la causa un negocio. Tanto da que se trate del más veterano Vicent Partal y su Vilaweb que del más novedoso José Antich y El Nacional. En todos los casos la postura crítica con el Gobierno de la Generalitat es nula, y la aclamación, la actuación de claca o el servilismo político se convierten en la principal seña de identidad de medios que serían irreconocibles, por idénticos, en otro escenario sin la politización actual.

El nacionalismo lleva años amamantando a un grupo no menor de editores independentistas que han hecho de la causa un negocio. La aclamación, la actuación de claca o el servilismo político se convierten en su principal seña de identidad

Las redes sociales se nutren de la prensa digital catalana. Esa mitad de la Cataluña que vive el independentismo como una fiesta permanente aprovecha su existencia para generar un discurso tan uniforme como demagógico. Hay que reconocer su utilidad, aunque sea más difícil admitir su profesionalidad. El Gobierno catalán da el pistoletazo de salida y todos ellos se lanzan como un único hombre en defensa de las posiciones de la formación política dominante en el Parlamento y la de sus aliados, por más radicales y excéntricos que resulten.

Desde Barcelona quedamos pocos editores empecinados en que la libertad de prensa, entendida más como honestidad que como independencia, es un activo democrático a preservar. Aunque nos avalen unas excelentes cifras de audiencia, que en agosto han superado todos los récords anteriores, el nacionalismo ha logrado tomar unas posiciones en el ámbito de los medios de comunicación que convierten en anacrónica la libertad de expresión. Todo se estigmatiza y cualquier información que pueda resultar dañina para sus intereses es convertida en una opción política contraria a la causa soberanista.

Hoy la prensa catalana huele a podrido

Es lo que le ha sucedido a El Periódico. En los últimos años, el medio nunca se entregó del todo a la política procesista, aunque navegó en sus aguas durante mucho tiempo y contribuyó a estimularla. Le daba jabón y le prestaba el desodorante. Cuando intenta virar y poner en tela de juicio la unanimidad independentista y se atreve a cuestionar --con información, no con opiniones-- el papel de la policía autonómica en materia de seguridad antiterrorista se le estigmatiza y se pone en cuestión su profesionalidad. Algo que jamás se haría con aquellos medios que ríen las gracias de los dirigentes del proceso, entre otras cosas porque no tendrían los arrestos para enfrentarse a ellos. El servilismo de Antich, Partal, Macià, Puig y compañía son de tal magnitud que merecerían una tesis doctoral para explicar cómo se entregaron por la vía económica a una causa política.

Hoy la prensa catalana huele a podrido. Atrás quedaron aquellos tiempos en los que el periodismo más avanzado radicaba en Barcelona, donde la pluralidad política convertía a los profesionales en vanguardistas directivos, locutores o realizadores de programas. Si hoy quisiéramos emular el fenómeno lo que nos aparecería sería tan degradante como inservible. El periodismo barcelonés es sólo una práctica comunicacional que vive del entreguismo, del dinero público y del sí señor. Y sí, no es exclusivo de los nacionalistas catalanes, también existen nacionalistas españoles con pseudomedios que intentan equilibrar las posiciones, pero que incurren en idéntico y fatal error. El periodismo independiente, estimados, es otra cosa.