No habrá fusión de patronales dice el presidente de la Pimec, Josep González. “Misión imposible”, lo califica. Incluso argumenta que en su día cometieron un error estratégico: los acercamientos entre Pimec y Foment. Añade que el fracaso de aquellas tentativas de integración consecutivas no tuvo nada que ver con personalismos.

En Cataluña, y me disculpara el bueno de González, las pequeñas organizaciones empresariales no suman sus esfuerzos por razones siempre personales. Hay muchos patronos y cargos vinculados (pongamos secretarios generales, por ejemplo) con intereses directos en evitar una unión que diera al mundo empresarial potencia, dimensión y capacidad de interlocución con administraciones y sindicatos.

Todos los dirigentes empresariales, por amateur que sean, quieren tocar pelo...

Pido perdón por adelantado, pero la metáfora que utilizaré será inequívoca: todos sus dirigentes, por amateurs que sean algunos, quieren tocar pelo. Ya me entienden los lectores, en una organización única o en un par de ellas grandes, las sillas se reducen. Además, los sillones de piel y con masaje son menos.

Ésa y no otra es la razón de fondo por la que el tejido empresarial de Cataluña mantiene una morfología atomizada hasta extremos microscópicos y nula eficacia. Esto, y la política. No hay partido que no haya intentado en uno u otro momento de la historia introducir a sus partidarios en los órganos de gobierno, atraer o influir en los foros empresariales.

Si la energía y los recursos dedicados por los patronos a judicializar esas relaciones institucionales; si el tiempo perdido en conspiraciones de salón para quitar y poner reyes se hubieran empleado en trabajar por un mapa patronal catalán más moderno y propio de los tiempos, las cosas hubieran discurrido diferentes. Si las asociaciones de empresas y empresarios no se hubieran dedicado a coquetear en exceso con la política el gallo que hubiera anunciado el nuevo día sería otro.

Lo que explica González no es del todo falso (no se unirán patronales porque cada vez lo son menos y actúan más como pseudosectoriales de los partidos o de las nuevas candidaturas que abundan por el país), pero tampoco es cierto del todo. Negar que los personalismos influyeron en el continuado fiasco hasta llevarlo al actual enfrentamiento es manipular la historia del movimiento patronal catalán. Sería tan sencillo recordar varios nombres que han tenido un protagonismo capital en lo acontecido en las dos últimas décadas que será mejor dejarlo para un futuro libro que explique con extremo detalle qué pasó y qué falló.

Hoy Pimec actúa como una asociación un pelín resabiada. Se infiere de las declaraciones realizadas por González mientras presentaba el balance del 2015. Puede entenderse que acumulen algún agravio, pero se equivocan en la actitud: saben que perseguían otro futuro, que lo abanderaron con entusiasmo y que las personas (propias y ajenas) fueron quienes abortaron consecutivamente los procesos de negociación. Nada tuvo que ver en su día la división de representar a grandes y pequeñas empresas, que estuvo perfectamente resuelta en el plano teórico de las conversaciones. Fueron los nombres propios y algunos reinos de taifas que esos mismos nombres propios quisieron preservar.

Escribí en una ocasión que serán otros dirigentes los que le puedan dar la vuelta al actual estado de cosas y creo que no me equivocaré. Los actuales cuadros directivos están amortizados para esa hipotética integración. Y eso será así salvo que cuando sus relevos ocupen los cargos caigan de nuevo en la tentación de acercarse peligrosamente a la política en vez de aplicarse con fruición a la labor que una verdadera patronal debiera ejercer: mejorar las condiciones de sus representados y, en consecuencia, de toda la sociedad.