Barcelona de los prodigios. O, mejor aún, la Cataluña de las barbaridades: es necesario que el periodismo se alinee, tome partido y se sitúe. 

“El nacionalismo es una mentira. El periodismo es la búsqueda de la verdad”. Son palabras de Arcadi Espada, el oráculo del anti independentismo tertuliano, el intelectual galáctico del anti nacionalismo, el pedante profesor y periodista que, por que puede y sabe, se permite aleccionar a diestro y siniestro.

Las pronunció en la presentación de la asociación de periodistas Pi i Margall, ayer en la capital catalana. Estuvo junto al presidente, Sergio Fidalgo, colaborador de este medio; y del presidente de honor de la nueva entidad, el divertido y noble juntaletras deportivo Tomás Guasch. El acto congregó a medio centenar de profesionales de la información con base en Cataluña y mirada crítica con respecto a lo que sucede. No fue un acto masivo si el análisis es cuantitativo, pero si de una calidad respetable porque allí se arremolinaron unos cuantos periodistas críticos: no se puede ejercer el oficio sin esa pulsión de abstraerse de lo inmediato, de lo directo, para analizar con distancia la realidad. O, al menos, aproximarse a ella. La crítica al poder, su fiscalización, es la razón de ser de los medios de comunicación.

Estuve por allí. Saludé a algunos asistentes: Francesc de Carreras, Miguel Escudero, Xavier Casinos, Antonio Fernández… Son unos valientes, algunos ya lo han demostrado; otros acaban de salir del armario de forma más reciente. Lo lacerante del asunto no es que se constituya una asociación de periodistas hastiados del proceder del independentismo navegando entre los poderes públicos y algunos privados. Lo más jodido es que en un territorio que se las prometía reino de modernidad y de avance hayamos llegado a esta doblez, a esta división, a esta fractura deontológica en la que la verdad anda vagando entre las líneas de los periódicos o las imágenes de las televisiones.

No tenía toda la razón Espada sobre que el periodismo es la búsqueda de la verdad. Seguramente, ejercemos la búsqueda de una verdad, no absoluta, sino la propia, la próxima, la interesada, la que nos identifica. En especial lo hemos visto en los últimos años, cuando algunos colegas se adentraban por el camino de la propaganda política sin pudor alguno, sin recato. Pero sí que acertó cuando dijo que la sublimación del nacionalismo que no busca la verdad es el nombramiento de un presidente de la Generalitat que viene del periodismo.

Nada que decir, salvo una cosa: larga vida a los periodistas que han decidido salir de la conejera. Hay escondites que llegado un momento conviene abandonar. Sea con una asociación que rememora a un colega --un presidente republicano breve (muy breve), un impulsor del federalismo humanista-- o sencillamente con un golpe encima de la mesa que diga bien claro ‘hasta aquí hemos llegado en nuestro silencio cómplice’.

Buena suerte amigos.