Se acercan las vacaciones para muchos. Otros ya las disfrutan ahora. Sería un momento para que la distensión hiciera efecto y los impulsos quedaran en segundo término. Es buen momento también para la reflexión sobre el procés, la que podría realizar, por ejemplo, Jordi Turull, mientras camina por las comarcas catalanas. El independentismo, que desea mantener viva la llama de un movimiento marcado por la frustración, debería asumir su particular choque con la realidad. Pero también debe hacerlo esa parte de la sociedad catalana que ha defendido, también desde el inicio, un cierto pacto interno, con bases nuevas y con la necesidad, desde una oposición clara y rotunda al proyecto rupturista, de que se mantenga un autogobierno vigoroso.

Se trata de aceptar que los cambios y las necesarias reformas en el conjunto de España, para que sus instituciones sean más plurales y fuertes, no aparcarán el proyecto independentista. Pero sí lo pueden reducir hasta un porcentaje aceptable. Existe una parte de catalanes que, sencillamente, no quieren saber nada de España, que, por razones que se escapan al análisis racional, consideran que son ajenos a su suerte y que cualquier ciudadano que defienda el concepto es, a sus ojos, un nacionalista español. ¿Hay que buscar un acuerdo con ellos o dejarlos por imposibles? Es un debate que se deberá plantear con seriedad, para que nadie quede herido, para que nadie se frustre con planteamientos maximalistas.

Viene a cuento con la experiencia de la selección española de fútbol. Cuando muchos medios de comunicación, aficionados y analistas rechazaban al equipo que dirige Luis Enrique porque no había jugadores del Real Madrid, cuando se destacaba que era una selección formada por chicos jóvenes de la España periférica --muchos de ellos juegan en ligas europeas, y son poco conocidos--, el catalán que quiere que España pierda a todo se vanagloriaba de la derrota frente a Italia.

Hubo “petardos en Poblenou”, de celebración de esa derrota, como dio testimonio el periodista, activista y emprendedor Eduard Voltas, cercano a Esquerra Republicana. Señaló en su cuenta de Twitter que se limitaba a “informar” de la situación, pero evidenciaba su satisfacción con esos petardos. También otros muchos activistas independentistas hacían lo propio. Nada que objetar, aunque sigue sorprendiendo esa actitud hostil. ¿Se comportarían de la misma forma si España fuera un Estado federal, si todo marchara a la perfección, si Cataluña se manejara con un fuerte y consolidado autogobierno? Con mucha probabilidad la respuesta sería la misma.

Se trata de algo que escapa a la racionalidad, porque la comunidad política, social, económica y cultural de un catalán es la española. No tiene nada que ver con la italiana, por mucho que se busquen similitudes entre el catalán y el italiano. Las cabezas de muchos catalanes se han llenado de mitos, de historias falsas y de sentimientos de odio. En el fútbol y en cualquier otro deporte uno puede defender los colores que quiera, solo faltaría. El fútbol inglés, por ejemplo, vive de mitos, y hay muchos aficionados en Cataluña que dicen vibrar con el juego de ¿ataque? de Inglaterra. Se refieren a esos laterales convertidos en extremos, a esos centros imposibles y esa filosofía ajena a la especulación que quieren mantener en sus sueños, porque prácticamente nunca existió. Pero está bien. Nada que objetar. Lo que el independentismo es incapaz de apreciar es que vanagloriarse de una derrota del equipo con el que se comparte la comunidad política y social irrita mucho al vecino, al catalán que cree que todos los ciudadanos de esa comunidad comparten exactamente lo mismo.

Hay esperanzas. La primera es aceptar, sin buscar muchas soluciones, que puede existir un porcentaje que viva en ese mundo interior y que siga con sus petardos cuando pierda España. La segunda se comprueba con datos. El apoyo a la independencia ha caído 20 puntos desde el 1-O de 2017 hasta ahora entre los jóvenes, entre los que tienen entre 18 y 24 años, como ha reflejado el barómetro de opinión del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) de la UAB. Si en 2017 el 56% de esa franja de edad se decantaba por la independencia y el 35% por la permanencia en España, ahora es el 36% el que está a favor de un estado independiente, por un 52% que apoya seguir formando parte de España.

Una de las lecciones que todos deberíamos aprender, como cuenta el profesor Marfany en su obra Nacionalisme espanyol i catalanitat, es la enorme interrelación del conjunto de ciudadanos de España. Una selección deportiva es la representación de todos esos lazos, e ir en contra es ir en contra también de los propios catalanes que han ayudado a construir ese país como el que más. Esos petardos, en realidad, demuestran una enorme absurdidad. Pero que así sea si están contentos con ello.

En la serie sobre el mundo del vino y la geografía española que publica Crónica Global se muestran una y otra vez esos lazos, que no pueden pasar desapercibidos. En la entrega sobre los vinos de Málaga, se señala, por parte de Taula del Vi Sant Benet, la vivencia de Salvador Muñoz, gerente de la cooperativa Ucopaxa. Asegura que el negocio de la uva pasa se ha ido diluyendo, y que Cataluña fue un gran mercado consumidor de ese producto para algo muy representativo de lo catalán: los postres de músico. Los clientes de los productores de Málaga estaban en Barcelona, en Girona, en L’Hospitalet, en Montgat… 

¿Los petarderos son conscientes de todo eso? ¿De verdad nos quieren más los italianos, o simplemente se trata de mostrar el rostro del cabreo perpetuo, del ir contra España porque se ha asociado a la palabra toda una serie de connotaciones negativas? En todo caso, serían las mismas que podrían caracterizar a Cataluña, porque las diferencias, amigos y amigas de los petardos, son mínimas.