En los 16 meses que Laura Borràs fue presidenta del Parlament de Cataluña tuvimos muchas ocasiones de contemplarla junto al presidente de la Generalitat. Sus ansias de protagonismo hicieron que en ese breve periodo de tiempo ambos aparecieran emparejados en muchas más ocasiones que en anteriores legislaturas habían aparecido las máximas autoridades de ambas instituciones.

El propósito de erosionar la imagen de Pere Aragonés (1,63 centímetros) por parte de Laura Borras (1,80), era tan obvio y machista como coherente con la actitud de JxCat, que nunca pudo admitir el sorpasso de los republicanos, aunque con un tono hortera. En la hemeroteca tenemos pruebas de esos arrebatos de la presidenta, ataviada siempre con tacones y vestimentas capaces de anular incluso a tan buenos mozos como su solícito garçon servant, Francesc de Dalmases; mucho más a bajitos como el president y como su hermano y contricante neoconvergente Jordi Turull, al que también ha reglado algunos postureos de mal gusto.

Ese mensaje subliminal y constante de menosprecio ha tenido un curioso efecto boomerang, porque Borràs al final no ha podido adquirir más protagonismo que el de una butaca en el palco de las visitas del Parlament y una entrada subrepticia en Palau la noche de autos, una movida que no consiguió otra cosa que un ridículo tan tremendo que ningún medio se ha atrevido a destacar, probablemente por miedo a contagiarse de la bajeza del gesto.

Sin embargo, esta última crisis del cainismo nacionalista ha tenido un resultado colateral no buscado por nadie y que quizá sea beneficioso para el conjunto de la sociedad catalana: parece que Aragonés, el segundo del segundo, tiene personalidad propia y es resolutivo. No tiene miedo a “dar la cara”, y si lo tiene, lo supera.

En su comparecencia de ayer ante la Cámara autonómica empezó por anunciar que deseaba hacer frente a sus decisiones --decapitar al líder de JxCat en el Consell Executiu-- y asumir las consecuencias.

Es difícil saber si eso significa un cambio de rumbo en la política catalana, aunque puede suponer un giro respecto a lo que hemos vivido en los últimos años. Hay un político que asume la responsabilidad de sus actos ante sus adversarios; se supone que también ante los ciudadanos. Es noticia.