Pere Aragonès es desde el viernes presidente de la Generalitat. Su investidura implica que ERC se hace, ahora sí, con la primera silla del Govern y rompe con la maldición de ser el partido que gana en las encuestas, pero queda como el eterno segundón en las urnas. JxCat no consiguió superarle en votos y le ha puesto muy difícil la investidura. De hecho, los republicanos tuvieron que dar varios golpes sobre la mesa (y recular) hasta que finalmente cerraron un armisticio para entrar en una guerra fría de 24 meses. Los neoconvergentes, al final, sí que han logrado empañar el día grande del de Pineda de Mar (Barcelona) al filtrar un nombre: el de Jaume Giró como consejero de Economía. 

Que el periodista sea el elegido da cierta tranquilidad, ya que desplaza de forma definitiva las voces más radicales del nuevo Ejecutivo catalán. Todos independentistas, sí, pero con posiciones radicales encarnadas por personajes como Joan Canadell, Aurora Madaula, la presidenta del Parlament, Laura Borràs… o Josep Rius, que ayer anunciaba que ira la toalla y que prosigue con su activismo. Estará más cómodo en Twitter que en el nuevo gobierno que se perfila. 

¿Triunfo de ERC? Si lo es, es más bien pírrico. Aragonès, que no ha cumplido los 40 años (por eso de los relevos generacionales), promete a todos los que le quieren oír que busca renovar los aires viciados de la Generalitat. No nos engañemos, las desconfianzas entre ambos partidos y los desplantes continuarán. Pero, como mínimo, se deja la caja en manos de un gestor al que no se le conocen ni se le esperan ganas de bregarse en las batallas políticas que se dan en el Parlament. Será interesante ver cómo ejecuta sus primeras sesiones de control o cómo contesta a las preguntas parlamentarias que reciba. 

Lo bueno de Giró es que será de los pocos consejeros que llegan al cargo con el ABC de los poderes económicos catalanes bien aprendido. Nadie le tendrá que explicar el quién es quién y es posible que incluso sea el más apropiado para echar un cable a la persona que asuma la cartera de Empresa, si los egos lo permiten (el problema de siempre, ya saben). Incluso es muy probable que esté mucho más preparado que Aragonès para ello, aunque cuando llegue al Parlament estará como pez fuera del agua. 

Peor suerte le aguarda cuando llegue el momento de dar forma a unos nuevos presupuestos. Por el momento, ERC y JxCat ya han anunciado que prorrogarán de nuevo las cuentas vigentes, un gesto al que estamos acostumbrados en Cataluña aunque vivamos con una guía económica que se diseñó cuándo el Covid no estaba ni se le esperaba. O, lo que es lo mismo, que no sirve para el momento. El nuevo parche solo dará tiempo para que Giró intente buscar alguna alianza en el resto de fuerzas del hemiciclo. Lo tiene muy difícil con la CUP y los Comunes, por eso de que lo identifican con las fuerzas del Ibex, ese ente ante el cual se debe luchar hasta la saciedad. Con el resto, el escenario de partida no es más alentador. 

Aunque asegure que tomará las riendas de la consejería al tiempo que intentará tender puentes con Madrid, será harto complicado que pueda cerrar un proyecto de este calibre con los socialistas. Por no decir PP o Cs, cuyo éxito sería aún más limitado. En cuanto a Vox, dudo mucho que la interlocución se llegue a dar cuando la orden política es la del cordón sanitario (con lo peligrosas que son estas iniciativas). 

En cuanto a Aragonès, su reto principal será demostrar que no está tutelado por nadie. E intentar salir vivo de las batallas cainitas que se darán en las próximas semanas y meses, tanto dentro de la coalición de gobierno como en el seno de la formación con la que comparte aventura política. 

Falta conocer al resto del equipo del Ejecutivo --¿se confirmarán nombres como los de Magda Campins en Salud, una epidemióloga que ha sido crítica con la gestión del Covid de Vergès?-- y la letra pequeña del reparto de poder real de la nueva legislatura. La clave será medir el momento político catalán. ¿Irá más allá de prometer otro referéndum, esta vez pactado (¿enterramos ya el 1-O?), y retomar la mesa de negociación? Es decir, habrá más gesticulación secesionista, pero, ¿con qué fin? ¿hasta dónde llegará? ¿será la última fase del procés?

La pregunta que subyace no es menor. ¿Aguantará este artefacto 24 meses?