El Gobierno ha cumplido sus amenazas y ha aprobado que, en verano, hay que pasar calor y, en invierno, frío. Qué locura, ¿verdad? Vamos, lo que ha pasado toda la vida, pero que en los últimos tiempos nos hemos empeñado en cambiar por querer jugar a ser Dios. Es cierto que la calefacción y el aire acondicionado son una maravilla, un éxito de la evolución humana, pero también lo es que, como con tantas cosas, no sabemos utilizarlos. Y no sabemos utilizarlos porque resulta que, en contra de la naturaleza, nos empeñamos en pasar frío en verano y calor en invierno. Nos falta educación al respecto.

A priori, fijar el aire acondicionado en 27º –el límite marcado por la normativa laboral– parece una barbaridad. Y lo es, porque es sinónimo de pasar calor. Claro, que si se compara con la temperatura exterior, que puede superar los 40º en plena ola de calor, es una delicia. Del mismo modo, limitar la calefacción a 19º en invierno supone pasar frío o, lo que es lo mismo, tener que abrigarnos un poco más. Lo que es seguro es que nadie morirá congelado por esta medida cuando llegue el momento.

Hay que aclarar que estas medidas afectan a los edificios públicos, a los centros de trabajo, al transporte público y a los comercios, mientras que solo son recomendaciones para los particulares. No obstante, no está de más que vaya calando el mensaje de que estamos abusando de estos recursos. ¿Acaso es normal pasar frío en el cine en pleno verano? ¿O en el tren? ¿O en cualquier comercio? ¿Incluso en la oficina –qué decir de las peleas por la temperatura que se dan en tantos lugares de trabajo porque no todo el mundo tiene la misma sensibilidad a la temperatura, ni viste igual–? No, no es normal. Y tampoco lo es pasar calor en invierno. Hay que encontrar una temperatura media más adecuada para todos, aunque insisto en que 27º en el estío y en ciertas circunstancias supone sudar la gota gorda.

En casa, más de lo mismo, pero ahí ningún Gobierno puede hacer mucho más allá de campañas pedagógicas. No es de recibo pretender taparse con una manta en agosto y querer ir en manga corta en diciembre. No tiene ningún sentido. Hay que tomar conciencia de estas barbaridades, y pensar que el cuerpo necesita unos minutos de aclimatación cuando cambia de escenario. Igual que hemos aprendido que hay que ponerse el cinturón, recoger los excrementos perrunos y reciclar, ahora es el turno de aprender a usar los recursos y las comodidades que nos brinda el progreso humano (y que, por cierto, no todo el mundo se puede permitir).