La idiosincrasia de nuestro país lleva a que año tras año uno de los retos de los docentes sea evitar que niños (y no tan niños) dejen para el último momento sus deberes. En este caso, el éxito de la comunidad educativa es muy limitado. Vivimos en el paraíso de la última hora y así se reflejará este lunes, 31 de agosto, en la vuelta a la mal llamada nueva normalidad.

El coronavirus ha sobrevivido a las vacaciones y marcará el día a día de unos últimos cuatro meses del año más complicados de lo previsto. De hecho, la amenaza de rebrote se ha hecho cada vez más presente. Los hospitales están preparados y el nivel de ingresados actuales por la enfermedad no es alarmante, pero crecen los contagios diarios y ya se ha recuperado la cifra del millar.

Los mensajes para pedir precaución y limitar el contacto social se multiplican desde el Govern --excepto si se quiere participar en la manifestación independentista de la Diada, entonces no hay problema--, y mañana asistiremos a una prueba de fuego. Que se repitan imágenes del colapso habitual de los transportes públicos y los accesos a Barcelona en hora punta supondrá un fracaso en toda regla de nuestras Administraciones.

Los planes para organizar la recuperación de la actividad son extremadamente limitados, y eso ha sido una advertencia repetida a lo largo de la última semana. Pero definir medidas concretas y recomendaciones sectoriales se ha dejado tanto para última hora que no será hasta el martes cuando la Generalitat se siente con los responsables de Foment del Treball, Pimec, CCOO y UGT para abordar cómo volver a la normalidad sin sustos. El encuentro sólo llegará 24 horas más tarde de lo necesario.

El teletrabajo parece ser que es flor de un día y el presencialismo se impone en las empresas catalanas. Han sido los agentes sociales los que han hecho un llamamiento a lo público para que ponga orden. Al final, el debate se centra en quién pagará la factura de los posibles contagios en los centros y sus consecuencias laborales. Por mucha mascarilla y distancia de seguridad que se mantenga, si 30 personas comparten un espacio cerrado y una está enferma (pensaremos que sin saberlo) compartirá el virus hasta con la grapadora.

El mismo escenario se dibuja en la vuelta al cole. Recuperar las clases es básico por una cuestión de equidad, pero también porque las escuelas funcionan como aparcamientos de los niños y no se ha encontrado una solución sobre qué hacemos con los más pequeños para no frenar la productividad. El cruce de acusaciones y anuncios de los últimos días da una imagen más de caos que de control. El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Gobierno, Fernando Simón, recordó que con los pequeños de hasta 10 años la “tasa de hospitalización es del 1,1% y la letalidad del 0%”. Fue un intento de tranquilizar a las familias ante lo que viene. Se quedó en eso.

Hay consenso de que en la nueva normalidad se deben aunar esfuerzos para evitar otro confinamiento que hundiría del todo la economía. Pero queda pendiente definir qué implica esta voluntad. Aquí se aplica otra máxima en la que hay unidad de opinión: escurrir el bulto es nuestro deporte nacional.