El Govern ha anunciado que retoma la desescalada en Cataluña. No pasamos de tramo (no usamos la palabra fase para no parecer que hacemos exactamente lo mismo que el Gobierno en verano en otro intento de secesionismo de titular), pero sí que volvemos a relajar las restricciones.

La nueva fase 1 ablandada permitirá que la ciudadanía se mueva en el ámbito comarcal los fines de semana. Después de 15 días, el Procicat se ha dado cuenta de que encerrar a la gente en los municipios provoca aglomeraciones en la calle y que esto va en contra del objetivo perseguido. También permitirán reabrir ciertas actividades a partir del lunes. Básicamente, las culturales que se realicen en espacios con las dimensiones adecuadas (recintos de gran tamaño) y los centros comerciales.

Estas últimas eran las dos principales reclamaciones del comercio catalán y de una organización con el simbolismo que aún ostenta el Gran Teatro del Liceu. Tanto los representantes empresariales como el patronato encabezado por Salvador Alemany habían hecho públicos sus desencuentros con el Ejecutivo catalán, unas críticas nada habituales, especialmente las vertidas desde la institución cultural. Remarcaron la inconsistencia en definir el equilibrio necesario entre la lucha contra la pandemia y evitar que se ahogue del todo la actividad económica.

Buscar la armonía entre ambas es una tarea mayúscula que casi nadie ha resuelto de forma exitosa, pero el caso catalán es de análisis. Que el Procicat no diera la cara este sábado y se limitase a emitir un comunicado público con los cambios que aplicará este lunes merece una reflexión muy profunda. Implica dar una imagen pública de que la ciudadanía te la trae al fresco y da alas a la visión de que quienes marcan los límites de una cuestión tan sagrada como son los derechos fundamentales ven el mundo desde un burladero en el que tienen el culo asegurado y al que no quieren renunciar: la administración pública.

La proximidad de las elecciones catalanas ha desatado una guerra sin cuartel entre los dos partidos que comparten la Generalitat, más centrados en desgastarse de forma mutua que no en gestionar la pandemia. Tal y como publicamos este domingo en Crónica Global, resulta directamente un caso clínico el empeño de los candidatos a las primarias de JxCat en desacreditar a ERC. Los aspirantes a compartir cartel con Laura Borràs están más centrados en dar caza a los republicanos que en mostrar un programa propositivo que les garantice una victoria sobre sus rivales.

La precampaña es larga y la estrategia está definida. Que la gestión del coronavirus pase factura en las urnas es el gran temor de los que están en posiciones de poder. Pero este miedo discurre en paralelo al trabajo para desgastar al enemigo (con el que estás condenado a pactar), la máxima hasta el 14F. Se está en un contexto de pandemia y crisis económica que requiere de diálogo con los que puedan ser consejeros --epidemiólogos, médicos, patronales y sindicatos los prioritarios-- y de acuerdos. En Cataluña, el Govern no es capaz ni de pactar el horario de una reunión.