Artur Mas deja el acta de diputado. Sorpresa en la plaza. Hasta los más incrédulos daban por hecho que el ex presidente mantendría la condición de parlamentario durante un tiempo para garantizarse la condición de aforado ante la justicia.

No lo necesita, debe pensar. Él que ha sido capaz de lanzar un pulso al Estado que le ha valido una imputación ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, supuestamente por poner las urnas (gran ejercicio democrático, según dice; en realidad por saltarse todas las normas jurídicas del Estado al que representa) no piensa tener más problemas en el futuro. Menos aún en la Cataluña que nos ha dibujado en la que la justicia será tan de proximidad, que puede llegar a ser clientelar y nepótica.

Mas aclara con su renuncia otro asunto: qué retribución de las que vamos a pagar los catalanes se queda. Podía optar a la de parlamentario o a la de ex presidente, que tiene más prebendas.

Deja el acta de diputado, pierde el aforamiento y obtiene la condición de ex. Eso significa, secretaria, escolta, chófer, oficina y retribución. Si quiere hacer un gesto de desprendimiento debería renunciar a eso e irse a trabajar a Grífols, porque lo de refundar CDC tiene menos futuro laboral que el top manta. Mientras no lo haga será una clase pasiva catalana pagada por todos los que abonamos nuestros impuestos en este territorio.

Así que, tras la metáforas marineras, tras la gallardía de enfrentarse con la Corona y con el poder de la Administración central, que no venga con arrogancias. Chulerías de Mas, las justas. Le recordaremos como el gran perdedor de elecciones, el astuto que salva su honor en el minuto final pero lleva el país al precipicio, el bien mandado de Jordi Pujol, el bien peinado de Llongueras y el bien hablado de la parte superior de la Diagonal. Tan valiosos recuerdos como sus discutibles contribuciones al país.