Veamos el análisis de la campaña electoral de los independentistas a través de sus eslóganes y planteamientos: trascendencia histórica, paso a la gloria a través de la ilusión colectiva, un paraíso político nuevo, de creación común, como un castell, el día de tu vida…

Para las dos candidaturas que defienden convertir Cataluña en un nuevo estado independiente de España y, por consecuencia, de la Unión Europea, el domingo 27 se pone mucho en juego.  Su apuesta es casi de doble o nada. O consiguen avanzar con un Parlamento proclive a sus tesis y abrir un tiempo nuevo de enfrentamiento con el Estado o se verán obligados a esconder su cabeza política debajo de la mesa durante un tiempo largo si fracasan en las urnas. No habrá término medio.

De ahí que se revuelvan con tanta ira y enfado contra quienes están realizando pronunciamientos en las últimas horas contrarios a sus tesis. Escuecen, es obvio. Manifestaciones, por otra parte, que se van acumulando en cadena (patronos, banca, empresas privadas, sindicatos españoles, hasta la iglesia…) y que llegan tarde a este debate de las ideas, sólo como una especie de alerta ante la deriva que han ido tomando los acontecimientos políticos. Ayudan a que los electores entiendan qué piensan algunos sectores y grupos de presión con respecto al órdago independentista, pero sobre todo a que otros votantes sean conscientes de que hay mucho en juego en el país. El match ball del que hablan algunos.

Es un contrasentido, en cualquier caso, que Mas, Junqueras, Romeva, Baños y compañía se quejen de que la gente explique su posición. Han sido justamente ellos quienes se han empeñado en convertir las elecciones a la asamblea autonómica en un plebiscito sobre la independencia. Por tanto, nadie puede llamarse a engaño porque, ante una tesitura de sí o no forzada por los partidarios del soberanismo, cualquiera emita su legítima opinión sobre los efectos nocivos que ese proceso acarrearía. Parece de primero de democracia, palabra que ellos utilizan con reiteración en su discurso.

Mucho más paradójico resulta aún si se considera que durante cinco años, de forma constante y reiterada, los partidarios del sí no han hecho otra cosa que propaganda constante y marketing político desde las instituciones públicas que debían gobernar. La respuesta les ha llegado toda junta, en apenas 15 días, y la han tomado como una ofensa oligárquica, antidemocrática y no sé cuántos adjetivos más… ¿Para influir en el resultado electoral? Es obvio que sí. ¿Acaso pensaron que su marcha hacia Ítaca sería un paseo triunfal? ¿No querían debate? Pues ahora ya lo tienen servido, y que sean los ciudadanos quienes decidan qué rumbo tomar. Eso sí, con todas las cartas encima de la mesa, no sólo con un parte de la baraja.