Negociar es un arte. El de que las partes cedan hasta encontrar el punto en que ambas se sientan cómodas. Se practica en el día a día de forma habitual y ha sentado la base del trabajo que, entre otros, desarrollan los agentes sociales para definir las relaciones laborales. Patronales y sindicatos podrían dar un par de lecciones a los políticos catalanes, ya que su práctica es efectiva. Tanto, que en los conflictos más profesionalizados se llega a pactar incluso la protesta.

Hasta ahora, la relación entre ambos mundos solo ha servido para ser correa de transmisión de líderes con más o menos estrella. En algunos momentos se ha usado incluso para quitarse de encima a personajes que molestaban o generaban tensiones. En todas estas casuísticas el conocimiento de la negociación se queda en el camino.

Tal y como sospechábamos, el Parlament salido de las urnas el 14F está incluso más fragmentado que los anteriores. Esta realidad define la negociación como la única vía posible para articular la mayoría necesaria para la investidura y para pilotar los próximos años. Hay bloques, por supuesto, pero dependen de la lupa con que se mire. El bloque de independentistas-constitucionalistas en que los primeros tienen mayoría, un poco más reforzada si se hace el juego trilero de contar los votos de los partidos secesionistas que no han entrado en la Cámara; pero también el del eje izquierdas-derechas. Y, en este caso, los partidos conservadores pierden.

Que se repita la coalición de gobierno de los últimos años pero con ERC en la presidencia, JxCat en la gestión de la caja y la CUP brindando un apoyo externo es un escenario factible y que interesa a muchos. Especialmente, a los que ya están en la Generalitat. Pero las urnas han definido espacios alternativos tan válidos y posibles que no pasan por los neoconvergentes.

¿No suman igual una entente entre ERC-Comunes con el apoyo externo de PSC? ¿Incluso de la CUP para recuperar en el terreno social? De hecho, tras meses de desencuentro, desplantes y deslealtades que aún continúan tras las autonómicas (recordemos que JxCat ha hablado esta semana de un empate técnico con los republicanos y que la ANC ha anunciado movilizaciones para presionarlos) este escenario incluso tendría más sentido si se quiere pasar página a una legislatura que ha sido, sobre todo, gris.

Ni se ha avanzado en la ruptura y la confrontación --el gesto máximo fue negarse a retirar una pancarta que, al final, se quitó pero no a tiempo para evitar la inhabilitación de Quim Torra--, ni se han aplicado políticas para cambiar la situación de precariedad de muchos catalanes y que se ha agravado con la pandemia. Sencillamente, se ha aplicado una gestión continuista. Y esto ahoga, ya que la falta de proyectos tractores que permitan avanzar y tener relevancia internacional (no la NASA catalana) provoca una caída de la influencia y la relevancia que se debe revertir. Los vientos de cola y las inercias que han impulsado durante años se agotan. 

ERC tiene la llave. Debe negociar, pero no solo con el resto de partidos. También entre las dos almas que conviven en su seno para decidir el futuro tanto del partido como de Cataluña. Si pasa página o es rehén de las 155 monedas de plata y del miedo al ser señalado de botifler por los guardianes de la pureza independentista. Los que separan no solo entre buenos y malos catalanes, sino también entre los buenos y malos secesionistas. Los republicanos están en una encrucijada. El camino que emprendan marcará a todos.