Si lo que apuntan casi todas las encuestas acaba cumpliéndose, el resultado del 28A no permitirá una mayoría absoluta formada por el PSOE y Podemos ni por PP y Cs.

Ante esta coyuntura, cualquiera de los dos bloques necesitaría más apoyos para hacerse con el Gobierno y todo indica que los más probables --si tenemos en cuenta lo ocurrido en la moción de censura a Rajoy y en Andalucía-- serían los partidos nacionalistas y/o independentistas, en el caso del tándem de izquierdas, y la extrema derecha de Vox, en el caso del dúo de derechas.

Así las cosas, no parece descabellado plantear que los electores constitucionalistas que no tienen decidido su voto se enfrentan a un dilema: ¿cuál es el mal menor, los independentistas o la ultraderecha?

Cualquiera de las dos alternativas es poco seductora. El discurso reaccionario y populista de Vox, xenófobo, antiinmigración, homófobo, euroescéptico, antifeminista, de blanqueo del franquismo y proarmas echa para atrás a cualquier demócrata.

Lo mismo pasa con los separatistas. Acercarse a unos tipos que hace solo unos meses trataron de romper unilateralmente el país --y ya veremos cuando acabe el juicio si queda demostrado que lo hicieron de forma violenta o tumultuosa--, que aseguran que lo volverán a intentar en cuanto tengan otra oportunidad, que justifican los ataques de los CDR, que supuran supremacismo nacionalista por cada uno de sus poros y que prometen hacer todo lo posible para bloquear la gobernabilidad a nivel nacional si no se les reconoce el derecho a la secesión tampoco se presenta como un plato de buen gusto.

Pero, ¿estamos condenados únicamente a estas dos opciones?

Según los sondeos, cada vez hay más posibilidades de que se abra una tercera vía, al menos, matemáticamente hablando: un pacto PSOE-Cs.

Es cierto que Albert Rivera ha repetido por activa y por pasiva que no hará presidente a Pedro Sánchez por su aproximación a los independentistas pero precisamente él podría evitar que eso volviera a ocurrir. De hecho, esa podría ser su condición para llegar a un acuerdo.

Un pacto que dejase en manos del PSOE la política económica, social, de defensa y exterior y en manos de Cs la política territorial seguro que tendría una amplia aceptación a nivel nacional y entre los simpatizantes de ambas formaciones. A los socialistas les libraría del incómodo marcaje de Podemos --muy hábiles a la hora de apuntarse los tantos de las medidas más populares, como la subida del SMI-- y del no menos embarazoso trato con los nacionalistas. Y a Cs les permitiría aplicar toda la mano dura que fuera necesaria para corregir los excesos del independentismo y, a medio plazo, pescar en los caladeros naturales del PP.

La única alternativa a esta opción que hoy se vislumbra nos devuelve al punto de partida, a elegir el mal menor.