Rosalía llenó ayer hasta la bandera el Palau Sant Jordi. Hoy repetirá el éxito de subirse al escenario en su casa. Tan casa es el Palau Olímpic como el ESMUC, donde se formó, y las otras salas más modestas de Barcelona donde inició su carrera. De forma meteórica y tras un gran trabajo --no solo la suerte vale en su sector-- ha alcanzado una fama internacional inédita entre los artistas catalanes. La que solo han conseguido en España pocos nombres, como el de Julio Iglesias.

La de Sant Esteve Sesrovires se ha hecho un nombre en el panorama mundial, arrasa en el siempre complicado mercado anglosajón y su única canción en catalán --Milionària-- es la más reproducida en este idioma de la historia. Es decir, ha conseguido que se escuche cantar en catalán en todo el mundo. Incluso en los lugares más remotos donde acumula legiones de fans.

Más allá de los gustos personales de cada uno, Rosalía es la máxima exponente del momento en términos de popularidad de la cultura catalana. Y pinta que lo será durante muchos años. El problema es que no encaja en esa cultura catalana de país pequeño que los guardianes de las esencias insisten en preservar.

Aunque haya mostrado a medio mundo que los catalanes abrimos la luz, una de esas bellezas lingüísticas que te permiten transportarte a un territorio al escucharla, no neutraliza las e. Aunque se haya instalado en una casa modernista en Manresa mirando a Montserrat, no posa en redes sociales con banderas nostrades.

Entre los que entienden que en Cataluña hay buenos catalanes y ñordos, Rosalía está en este segundo grupo. Son los garantes de una forma muy concreta de entender qué es ser catalán y, entre ellos, la catalana más universal despierta la misma animadversión que los Estopa al ser premiados con la Creu de Sant Jordi. Aunque los de Cornellà se esforzasen en pronunciar su discurso de aceptación del reconocimiento más importante de la Generalitat íntegramente en catalán --que, por otro lado, no pasaba nada por usar el castellano e incluso ambas lenguas--, continuaban siendo ñordos.

En este país pequeño, no hay lugar para ninguna Motomami. El país es cada vez más pequeño, pero aún se insiste en mantener este marco mental con todos sus lastres.