Confieso que me emocioné cuando José Montilla alcanzó la presidencia de la Generalitat. Nada tuvo que ver con que fuera socialista, de hecho esa figura ya la cumplió antes Pasqual Maragall. En aquellos tiempos me pareció un indicio de higiene política que un dirigente con una extracción social diferente y un origen externo al territorio catalán pudiera gobernarlo.

No debo ser el único defraudado por el papel que jugó el cordobés en Cataluña. Lejos de mantener su esencia y gobernar desde las diferencias que aportaba, Montilla quedó entre abducido y secuestrado por el cargo institucional que desempeñó. Olvidó hablar en una de las lenguas oficiales de la comunidad y fabricó una Generalitat más diferencial y endogámica de lo que jamás osaron Jordi Pujol o su correligionario Maragall.

Muchos de quienes en aquellos tiempos ensalzaban sus calidades de buen gestor han acabado admitiendo que Montilla fue un bluf, un presidente catalán al que la historia no le reservará ningún capítulo especial. Mención aparte merecen sus silencios, que llegaron a generar incluso doctrina. Había que saber interpretarlos, decían sus acólitos de la época. Hoy reconocen ya sin rubor que en aquellos silencios sorprendentes no había más que un profundo vacío, en el sentido más físico del término.

La condición de ex presidente la otorga el cargo institucional desempeñado. La altura de quien la ejerce depende de sus cualidades personales y profesionales. Nadie discutirá a Felipe González la dignidad del desempeño, y tanto da que pronuncie una conferencia sobre geoestrategia internacional o que hable sobre los fondos marinos subido en un yate de lujo.

El caso de Montilla es otro. Pudo ser un gran presidente, pero se quedó sólo con el cargo. Ahora, el mismo PSC errático de los últimos tiempos ha decidido que sea su representante en el Senado. Los socialistas catalanes no han conseguido un solo senador con los votos del 20D. Tienen derecho, como el PP, a uno en nombre de su representación en el Parlamento de Cataluña. Y deciden dárselo a Montilla.

De todos son conocidas las grandes iniciativas que estos últimos cuatro años ha presentado el ex presidente catalán en la Cámara Alta. Los interesantes debates que ha protagonizado han dado la vuelta al universo. O, perdón, igual me equivoco de político.

Permitan esta ironía para señalar que el PSC se ha equivocado una vez más en Cataluña. ¿No tiene suficientemente bien colocado al cordobés con su oficina de ex presidente para permitir que sea su voz y su imagen en el Senado? Suerte tenemos de que hablamos de una cámara de representación que no es más que una caricatura política. Aunque mucho me temo que si fuera importante de verdad habrían cometido el mismo error. Sorprendente, pero cierto.