No sé a quién se le ocurrió la idea de la puesta en escena de los militares en las ruedas de prensa donde el Gobierno explica la lucha diaria contra el coronavirus, pero parece que ha sido un acierto. El 76% de los españoles elogia la eficacia de las Fuerzas Armadas en sus tareas de ayuda a la población civil, mientras que la ministra de Defensa es la que saca mejor nota del Ejecutivo: el 60% de los consultados considera “buena” o “muy buena” su labor durante la crisis.

El intento de blanqueo de la imagen de las Fuerzas Armadas y de los cuerpos policiales está saliendo bien. Quizá no era el mejor momento para hacerlo por los riesgos que comportaba, porque pese a los eslóganes voluntariosos el virus siempre ganará la batalla --18.000 muertos, de momento-- y porque podía levantar algunos rechazos contraproducentes.

Pero los ciudadanos han visto que ante un desafío como el que vivimos toda colaboración es poca, empezando por la de los funcionarios uniformados. Podemos también vio la jugada y se puso al frente de la vindicación del papel de los en otros tiempos denostados militares y policías. Hasta Ada Colau, que los desterró de los salones de la Fira de Barcelona, ahora los abraza..

Como suele suceder con los conversos, Pablo Iglesias se ha pasado de frenada al utilizar precisamente al Ejército para su descalificación de la monarquía en este 14 de abril, negándole el derecho a sumar el mando supremo militar a la jefatura del Estado. Una manifestación del todo incoherente en el vicepresidente de un Gobierno del Rey.

El nacionalismo catalán ha combatido desde el primer día ese protagonismo de los generales porque el Ejército es una de las tres patas --junto a la monarquía y el franquismo-- que sustentan esa España falsa pero necesaria para construir el relato del separatismo. No puede permitir que las Fuerzas Armadas asuman el papel que les corresponde en una democracia occidental.

La contestación que el Govern de JxCat y ERC ha encontrado en el ámbito municipal a sus continuas trabas a la ayuda de la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Unidad Militar de Emergencias (UME) es otro síntoma del acierto de la operación de blanqueo, que no solo se ha basado en la imagen, sino en los hechos: el silencio o incluso la respuesta inteligente del Jemad ante esos embates --más alevosos que dignos-- han ayudado al objetivo de normalización.

La democracia española no estará madura hasta que los militares formen parte del escenario nacional como un actor más. Para los que tienen memoria del franquismo, la asignatura pendiente es justamente romper el vínculo entre dictadura y Ejército. Para los jóvenes debe ser simplemente una normalidad, como la que se da en Francia o Reino Unido, donde las Fuerzas Armadas están al servicio de la ley y de los ciudadanos. Sin más.