Para estar en mitad de agosto y con el mundo paralizado por la pandemia de coronavirus, los que nos dedicamos a la información en Cataluña no nos podemos quejar de la actividad de la última semana.

Si una cosa hemos de agradecer a nuestros nacionalistas, es que no dejan de ofrecernos materia prima para hincarle el diente al teclado. Eso sí, casi todo lo que generan son despropósitos y majaderías más propios de una república bananera (como ayer denunciaba en El Periódico Josep Martí Blanch, otrora parte muy activa de la maquinaria de enajenamiento colectivo que supuso el procés).

La semana empezó con Torra lanzándose en tromba contra el secretario general del Parlament, Xavier Muro, por recortar los aspectos ilegales de las resoluciones antimonárquicas aprobadas días antes. Esta muestra de respeto a la separación de poderes nos da una idea de cómo sería la Cataluña independiente si un día estos tipos alcanzan su objetivo.

Incluso los letrados del resto de parlamentos autonómicos tuvieron que salir en defensa del trabajo de sus compañeros catalanes “en defensa de la legalidad y el orden constitucional”. A pesar de ello, nadie garantiza la continuidad de Muro en su cargo.

El martes, el ínclito president volvió a la carga con motivo de la polémica propuesta para ceder el excedente presupuestario de los ayuntamientos a la Administración General del Estado. Torra hizo un llamamiento a un “cierre de cajas municipal”, una suerte de insumisión fiscal de los consistorios que rememoraba la revuelta de los comerciantes de Barcelona de 1899, cuando se negaron a pagar impuestos en protesta por una subida fiscal.

El mismo día, un destacado colaborador de TV3, Jair Domínguez, señalaba el “el único debate, entiendo, es que si vives en Cataluña y no hablas catalán, o bien eres tontito o bien mala persona”. Un comentario que hizo “reír mucho” a la directora del Institut Ramon Llull, Iolanda Batallé. ¿Se imaginan una burla en sentido contrario por parte del director del Instituto Cervantes o de la RAE?

El viernes, tras la debacle del Barça en la Champions ante el Bayern, las huestes independentistas afilaron sus armas para asaltar una de las pocas instituciones catalanas relevantes que todavía no controlan.

El domingo, la Generalitat retiró un anuncio de su lotería --La Grossa-- por su enfoque clasista. "¿Te preocupa la distancia social? Prueba el ascenso social", indicaban. Es decir, juega a la lotería para dejar de ser pobre.

Mientras tanto, el abogado de Puigdemont, Jaume Alonso-Cuevillas alentaba la teoría de la conspiración respecto a los atentados terroristas yihadistas del 17A. Venía a decir que la malvada España estaba detrás de ellos o, cuanto menos, los permitió.

Y el lunes, el vicepresidente de la Generalitat y número dos de ERC, Pere Aragonès, promovía la campaña “yo injurio a la Corona”.

Pero la más asombrosa salida de tono la protagonizó el vicepresidente primero del Parlament, Josep Costa (JxCat). En una entrevista publicada ayer en El Periódico, alardeaba de que “miles de independentistas están dispuestos a ir a la cárcel” para lograr la secesión.

No deja de ser curiosa la posición del personaje, habida cuenta de que su jefe --Puigdemont-- huyó junto a varios de sus secuaces --Comín, Puig y Ponsatí-- en octubre de 2017 precisamente para evitar la trena, y de que él mismo presentó su renuncia a toda prisa como miembro de la Sindicatura Electoral del referéndum ilegal del 1-O el 22 de septiembre de 2017 para evitar la multa diaria de entre 6.000 y 12.000 euros que impuso el Tribunal Constitucional si aquella no se disolvía inmediatamente.

Puede que el Barça haya llegado a un final de ciclo, pero no hay duda de que la política catalana sigue inmersa en la misma inmundicia de los últimos años.