Tiempos convulsos entre las diferentes sensibilidades del nacionalismo catalán. El ‘no’ de la CUP a investir como presidente a Artur Mas suscitó una cascada de reacciones que no tienen desperdicio. Las primeras, las más viscerales, tuvieron lugar en las redes. Hubo convergentes que se lanzaron en tromba contra los que iban a ser sus socios parlamentarios como si fueran apestados. Insultos, vejaciones, enfados sorprendentes se sucedieron en Twitter y Facebook como si los diputados y órganos de gobierno de la CUP hubieran cometido un atraco o un ataque terrorista.

Ayer, unas horas de sueño después, Mas dijo que está tranquilo. Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando señaló que las declaraciones del presidente en funciones son clínicamente preocupantes. Tiene razón en esta ocasión. El astuto dijo estar en buenas condiciones: “Estoy con ganas de plantar cara a los poderes de Madrid y a algunos de aquí que nos ponen las cosas especialmente difíciles”.

Antonio Baños se va. Que le busquen acomodo como director de Catalunya Ràdio o de TV3 en la Cataluña del futuro, ha hecho un buen trabajo político y en esos medios ese meritaje recibe premio. No ha superado intelectualmente el papel de traidor. El periodista, como antaño David Fernàndez, es más partidario de los abrazos con Mas que de la condena al ostracismo parlamentario.

Están los de la ANC y el Òmnium, pero como son filiales de Mas y sus seguidores no merece la pena entretenerse con ellos. Dicen lo que les dicen que digan. ¿Me siguen?

Al final sale Junqueras. Algunos lo venimos diciendo desde hace tiempo: Oriol Junqueras y Ada Colau son los grandes vencedores del trimestre negro de la política catalana. Lo pide sin pedir, propio de su teológico discurso: ¡Mas, lárgate! El líder de ERC se olvida de reivindicar de forma directa su candidatura a presidente y lo hacen algunos compañeros suyos de Sant Vicenç dels Horts. Junqueras, predicando, está disponible.

Donde no pasa nada es en los órganos de gobierno de CDC. El cloroformo se ha apropiado de las narices de sus dirigentes. Aplauden al mesías, al líder, lo refrendan y la culpa, como de costumbre, hay que buscarla fuera de su sede. Ni un ápice de autocrítica, que eso es cosa de obreros y españolazos de izquierda. Mientras hay Mas hay esperanza, piensan los convergentes. Son libres de hacerlo, la lástima es que cada vez son menos, tienen menos recursos y un día se revolverán en contra de su hoy estimado cabeza visible. Acuérdense, habrá un momento en que se lo merienden sus propios compañeros de la tribu, como en los cómics, en una olla gigante e hirviendo.