Mientras centenares de periodistas aterrizan en Barcelona para seguir la evolución de lo que suceda el próximo domingo 27 de septiembre en las elecciones autonómicas catalanas, un servidor ha decidido tomar el pulso a cómo se vive ese mismo proceso en Madrid, entendido como un compendio de los principales núcleos del poder político y económico español.

Les parecerá un contrasentido, pero alivia el empacho político de quienes tenemos la obligación profesional de informar a diario sobre los acontecimientos que se viven en la política catalana y su contexto social y económico. Después de cuatro días de evaluación, les hago un resumen de mis impresiones:

1)   Madrid tiene miedo. Hasta hace apenas unos meses, el poder central del Estado y sus satélites económicos minimizaban el problema catalán. No ha habido consciencia real de que un proyecto de eventual independencia podía tener salida hasta conocer los resultados de las primeras encuestas y comprobar la dureza argumental de los favorables a la secesión en campaña. Ha existido, pues, una vez más, un problema de percepción y conocimiento de una realidad que ahora algunos lamentan.

2)   Pese al miedo, ese Madrid plural y poliédrico sigue pensando de forma mayoritaria que la sangre no llegará al río y que con alguna solución transaccional, la cuestión puede resolverse. Piensan, sobre todo, en términos económicos. Ese flujo de ideas acrecienta aún más el estereotipo de catalanes pedigüeños en algunos círculos de poder real.

3)   Hay mosqueo generalizado con la política aplicada por Mariano Rajoy con el tema catalán. Incluso sus votantes sociológicos le reprochan ausencia de política en un tema de Estado que no podía dejarse hibernado en la creencia de que, por sí mismo, se resolvería. Rajoy (el PP por extensión) será, a diferencia de otras ocasiones, el gran damnificado del ruido político catalán.

4)   Por la cierta italianización que la crisis económica, política e institucional ha dejado en España, el poder económico ha decidido cargar las baterías y tomar un cierto liderazgo en la resolución del problema. Piensan que al PP le puede seguir interesando gobernar España de espaldas a Cataluña, pero que a sus bancos, empresas e instituciones eso les complica sobremanera. En consecuencia, han decidido actuar.

5)   En todos los casos existe la convicción de que a Barcelona se llega tarde. Que cualquier actuación, de diálogo, de enfrentamiento, de respuesta, de convicción de los desafectos… debería haberse producido con mucha anterioridad. Parece que todos admiten, casi de forma unánime, que el nacionalismo les ha ganado la batalla del marketing político.

6)   De golpe han decidido frenar cualquier actuación influenciadora. Entienden que pronunciamientos, manifestaciones, comentarios y cualquier tipo de referencia puede tener, en términos electorales, un efecto contrario al que se persigue: recuperar el diálogo y mantener Cataluña con idéntico status quo.

7)   Algunas grandes empresas reciben cada día un tracking demoscópico que les informa –y una vez no se pueden publicar más encuestas en los medios de comunicación en cumplimiento de la normativa electoral–, casi al minuto de la evolución del estado de opinión en Cataluña. Hay satisfacción generalizada porque una de las cuestiones detectadas es que en las últimas horas detectan que se eleva el interés de participación de los catalanes. Se habla de un 74-75% de votantes, cifra que estimula la creencia de que el abstencionismo histórico de las elecciones autonómicas podría reducirse de manera notable y no precisamente a favor del independentismo.

8)   Esas mismas grandes corporaciones han detectado, gracias a esos datos que poseen, que se despierta el interés por Unió y un cierto crecimiento entre el electorado de las opciones que representan Miquel Iceta (PSC) e Inés Arrimadas (C’s).

9)   Para todos ellos, incluso con los datos que manejan, la noche del 27S será la de un domingo especial. Lo que suceda en las urnas catalanas no sólo tendrá importancia y será determinante sobre el futuro político del territorio que vota. Al contrario: las elecciones al Congreso de diciembre próximo dependerán en buena medida de esos resultados.

En todo caso, y pese a que la campaña todavía durará unas horas más, los centros de poder de la capital española dan por hecho que la suerte está echada. Y, llamémosle inquietud severa o directamente miedo, la sensación dominante es ésa. Algo ya han conseguido los partidarios de la independencia…