Algo estamos haciendo mal, rematadamente mal, en los medios de comunicación para que el adjetivo “mediático” se haya convertido en el latiguillo con que muchísimos ciudadanos etiquetan todo aquello que les incomoda. Se ha extendido la idea de que el sensacionalismo, el negocio de las noticias fáciles y sensiblonas, es la línea editorial que impera.

El coronavirus y sus derivadas han acelerado esa corriente de descalificación porque la gente está harta de que no pueda poner la tele, conectar el móvil o abrir el diario sin que le taladren con noticias, opiniones, especulaciones, y también tonterías, acerca de la pandemia.

Vicente Larraga, un eminente investigador del CSIC, se quejaba el jueves en El País de que haya quien pregunte a su sanitario “¿Qué me va a poner?”. "Pues algo que le salvará la vida", se respondía a sí mismo el doctor antes de criticar el consumo indiscriminado y obediente de todo tipo de medicamentos que, como las vacunas, tienen efectos secundarios.

Incluso profesionales con la cabeza bien amueblada, como el médico citado, cuestionan que un paciente quiera saber qué le inyectan, cuando en realidad deberían criticar que de ordinario no hagan esa misma pregunta cuando les recetan algo para contener el colesterol o la tensión.

La idea de que hay demasiada información y opinión sobre la pandemia podría ser la conclusión ampliamente compartida por muchos técnicos --no sólo los soberbios-- y no pocos ciudadanos. Pero si comparamos los espacios dedicados al deporte en televisiones, radios y diarios; si tenemos en cuenta que hay programas y rotativos que solo tratan del fútbol todos los días del año, veremos que quizá no sea tan exagerado hablar y opinar del Covid, que ayer --en solo 24 horas-- anotó 10.598 nuevos contagios y 99 muertes en España.

Ese hartazgo informativo --la intoxicación y el cabreo que causa-- genera un caldo de cultivo propicio para personajes públicos intolerantes a la crítica. Unos abandonan ciertas redes sociales, como ha hecho Ada Colau, que ha informado que deja Twitter, pero continúa en Instagram, en una extraña e injustificada confesión de confianza en una plataforma frente a otra. El número que ha montado la alcaldesa anunciando una retirada provisional coincidiendo su cumpleaños --¿qué tendrá que ver una cosa con la otra?-- para confirmar posteriormente su renuncia orienta bastante por dónde van los tiros.

Su socio/jefe en Podemos, Pablo Iglesias, no es que se haya aprovechado de la hinchazón por el coronavirus; su pasión mediática viene de lejos y le llevó hace años a tener una presencia directa en todo tipo de formatos. Durante su estancia en la vicepresidencia del Gobierno seguía haciendo entrevistas para el entramado publicitario de su organización al tiempo que acusaba a los “grandes grupos mediáticos” de estar al servicio del capital para atacar sus ideas. Ambos comparten su empeño por dominar la escena, sin opositores que puedan equilibrar el mensaje.

Resulta curioso que esa desconfianza en los medios se produzca más en los políticos de la izquierda que en los de la derecha.

El último ejemplo del tic de intransigencia de la izquierda ha tenido como protagonista a Felipe González. La fundación que lleva su nombre ha cerrado un acuerdo con una plataforma digital para lanzar una serie de podcasts del expresidente en los que abordará temas de actualidad, mirando al futuro, la perspectiva que siempre ha dominado su pensamiento, según confesión propia.

“Quiero evitar que digan lo que no digo sin haberlo dicho”, sentencia el viejo político sevillano. No solo quiere expresar sus ideas a través de Sinfonías infrecuentes, sino asegurarse de que nadie pueda tergiversarlas. Es difícil entender su decisión, porque ese objetivo sería más fácil a través de libros o artículos. Ahí está el caso de Javier Cercas, al que han manipulado un vídeo de forma ignominiosa hasta darle la vuelta por completo: Pilar Rahola le acusaba ayer mismo de ser “el niño mimado del régimen”. 

González sabe que tiene una oratoria brillante, una cualidad que le asegura el éxito en el formato podcast, y lo hace a través de Podimo, fuertemente conectada con Latinoamérica y dedicada a la literatura de autoayuda y al cotilleo. La web ofrecía ayer a sus suscriptores una entrevista con Carmen Lomana, uno más de una serie de encuentros con personajes como Jesús Vázquez, Alfred García, Iñaki Gabilondo o Laura Pausini. Ignoro si el expresidente se siente más cómodo en ese ecosistema que en otros ambientes más hostiles, pero lo que está claro es que aprovecha la noticia de su estreno radiofónico para quejarse de un maltrato inexistente. Otra cosa es que él qusiera que le tratasen de otra manera.