Del actual equipo de gobierno de la Generalitat la historia recordará pocas cosas. Pese a lo mucho prometido, lo más probable es que se limite a convocar elecciones anticipadas el próximo año y que nadie recuerde que la vicepresidenta se llama Neus Munté o que el consejero de Empresa tiene por gracia Jordi Baiget. Su legislatura se promete corta y convulsa en su recta final. Será cuando deban dar explicaciones de por qué razón no se suben al balcón de la plaza Sant Jaume para proclamar la independencia antes sus hooligans.

Alguna cosa, no obstante, sí que se recordará. Que Carles Puigdemont fue un valido bastante regular de un decadente Artur Mas, y el nombre del consejero de Salud, un personaje dispuesto a estar siempre de ronda por los satélites de poder catalanes. Llegó a la política a través de Ciutadans pel Canvi, aquel invento de Pasqual Maragall que intentaba sumar a la sociedad civil barcelonesa. Carme Valls, que estuvo en la cocina de aquella candidatura que viajaba con los socialistas, podría recordar algún episodio del paso de Antoni Comín por el movimiento político.

Más allá de las acusaciones de arribista que le dedican sus antiguos compañeros de organización política, Comín ha decidido pelearse contra el mundo y demostrar su desmedida ambición personal

Ciutadans pel Canvi hizo diputado a Comín en dos ocasiones, justo la limitación que se autoimpusieron para su permanencia en la política con la vocación de ser regeneradores de lo que los partidos parecían entonces incapaces de acotar. Pero a Comín eso le supo a poco. En la calle Nicaragua de Barcelona todavía recuerdan algunos dirigentes históricos cómo el hoy consejero se acercó a ellos para decirles que, una vez llegado a la limitación de sus dos mandatos en el Parlamento a través del engendro maragallista, se acababa de afiliar al PSC y estaba a su entera disposición para lo que fuera menester. Un otrora poderoso secretario de organización --cuyo primer apellido comienza por la última letra del abecedario, que diría el neoindepe Josep Cuní-- lo explica sin cortarse ni un ápice.

Lo cierto es que los socialistas le acabaron reclutando para sus listas electorales. Su apellido decía más que él sobre sociedad civil y pluralidad. Su ambición y ganas de notoriedad parecían no tener límite y el PSC lo incorporó, erróneamente admitieron después, a sus listas. Allí anduvo unos años hasta que se puso indepe y dejó clavados a sus antiguos compañeros de partido para sumarse al proyecto del Tete Maragall con el único objetivo de intentar mantenerse, como fuera, en el poder que las encuestas empezaban a dibujar.

Más allá de las acusaciones de arribista que le dedican sus antiguos compañeros de organización política, lo cierto es que Comín ha decidido pelearse contra el mundo y demostrar que su desmedida ambición personal puede poner en peligro incluso el proyecto soberanista de Junts pel Sí. Explicamos en Crónica Global que las embajadas de diferentes países con empresas interesadas en el concurso público de la administración sanitaria catalana sobre las terapias respiratorias han decidido fiscalizar los movimientos de Comín y su equipo a la vista de las reiteradas chapuzas que están cometiendo con cada actuación de gobierno que emprenden.

Los soberanistas tienen lo que se merecen: pusieron de consejero de sanidad, pilar del Estado del bienestar, a un tertuliano

Seguro que ni a Carles Puigdemont ni a Oriol Junqueras les gusta tener en su cogote el aliento diplomático. Menos todavía cuando ambos son conscientes de que si su proyecto tuviera una mínima posibilidad de avanzar pasaría, en todo caso, por un reconocimiento internacional que difícilmente llegará si lo que enseñan al mundo es una forma de proceder tan garrula y tercermundista como la que destilan los concursos públicos que convocan. Suministro de oxígeno para enfermos crónicos, proveedores de material fungible para centros sanitarios, renacionalización de hospitales en manos de capital alemán y un largo etcétera de despropósitos y pinchazos son los primeros retazos del independentismo que están viendo las cancillerías internacionales. Y Comín, el ambicioso consejero, su protagonista común.

Los soberanistas tienen lo que se merecen: pusieron de consejero de sanidad, pilar del Estado del bienestar, a un tertuliano. Ahora, la salud catalana se gobierna con el mismo rigor y competencia que se puede hallar en cualquier programa radiofónico matinal a los que acostumbraba a acudir el buscador de oportunidades.