La localidad de Fornells, en la isla de Menorca, no es conocida sólo por sus productos del mar o por su especial caldereta de langosta. También el blanco y el azul de sus casas y sus aguas dan forma a uno de los puertos más bellos y entrañables del Mediterráneo. Junto a turistas despistados, esa suerte de viajeros internacionales que puedes encontrar en cualquier recóndito lugar del mundo, las vistas junto al mar son paisajes idílicos que una sensibilidad bien calibrada difícilmente puede olvidar.

Sus calas y sus islotes tienen además un elemento ecológico de interés adicional. Se trata de una especie endémica de lagartija, la sargantana.

Justo ahí es donde coincidían hace unos años tres personajes notables de la política española y catalana. José María Aznar, Artur Mas y Fèlix Millet fueron en algún tiempo asiduos visitantes del enclave menorquín. De hecho, Millet contaba con una vivienda, hoy embargada, en la que gustaba invitar a los presidentes de Gobierno con la sana intención de pedirles favores del tipo que fuera.

En esos encuentros jamás se habló de la riqueza biológica, pero sin embargo sí que sobrevolaba las cenas veraniegas la sargantana. Unos y otros sucumbieron en su día al irresistible encanto del jefe de la burguesía catalana, seductor como nadie cuando se trataba de llenar los bolsillos, tanto propios (sobre todo) como ajenos.

Al expresidente catalán lo ha rematado su antiguo compañero de cenas en el calor estival de la Menorca familiar y exclusiva

Ahora, Millet ha decidido que los que en su día compartían ensalada y marisco con el hombre fuerte del Palau de la Música no han correspondido a sus atenciones estivales. De ahí que en su comparecencia judicial decidiera abrir la caja de los truenos y explicar cómo CDC se financió de empresas constructoras (Ferrovial y los Del Pino en el punto de mira) gracias a su interesada y suculenta intermediación.

El más conocido ya de la estirpe Millet se ha dejado ir dialécticamente ante jueces y fiscales para explicar que él fue el gran hacedor de una financiación ilegal a cambio de concesiones de obras públicas. Sus palabras suenan terribles y el eco llega hasta el Parlament de Cataluña, donde las fuerzas de oposición se han lanzado como hienas sobre el cadáver político de Mas. Las fuerzas de posición, ERC y la CUP, tampoco se andan con medias tintas. Los republicanos han llegado a decir que les da "asco" lo acontecido, mientras que los antisistema recuerdan que ya fueron ellos quienes liquidaron políticamente a Mas en su día. Los antiguos convergentes, hoy en fase de construcción del PDECat, no saben dónde dirigir la mirada para salir del atolladero político en el que andan sumidos.

Millet es hoy para Mas esa sargantana menorquina tan curiosa, inédita y poco visible. Al expresidente catalán lo ha rematado su antiguo compañero de cenas en el calor estival de la Menorca familiar y exclusiva. Seguro que tras escuchar la declaración del que fuera aristócrata querido por todos, Artur Mas ha preferido llamarle lagartija que sargantana. No por nada, sino por cómo incluso tras ser troceado ha seguido moviendo su cola hasta llevar al que fuera líder del independentismo a la más absoluta miseria política. Un estadio que ni tomando el sol, como la lagartija balear, podrá superar en los próximos años y que le acompañará como una pesada losa en su biografía y epitafio político. "Me mató una sargantana", podrá decir.