Hay cosas a las que no hay que buscar explicación racional. La maldad existe. Y estos días está representada por las huestes de Pilar Carracelas, colaboradora de TV3 que, no contenta con señalar a la persona equivocada en Twitter y lejos de reconocer su error, se ha ensañado con ella, arrastrando a todo un séquito de fanáticos contra el afectado. Claro que la víctima de estos ataques no se ha quedado en silencio, ha traspasado también algunas líneas y ha sumado a la causa a otros tantos radicales de signo contrario. Qué bochorno de espectáculo. ¿Para eso están las redes sociales?. Lo más lamentable es que todo parte de una cuestión de lengua, de un enfrentamiento entre los dos idiomas oficiales de Cataluña. Catalán contra castellano. Otra vez. ¡Qué asco! ¿Y acaso resuelve algo el pacto lingüístico? Me temo que no. Solo se gana tiempo.

La historia es la siguiente: el Parlament celebró hace unos días una comisión de Salud con la presencia de algunos afectados por la terrible enfermedad ELA. Allí, una de las asistentes, esposa de un enfermo, pidió con todo el respeto a la diputada de la CUP Laia Estrada si podía hacer, por favor, su exposición en español, porque el catalán no es su lengua y no quería perderse ningún detalle de la intervención. Estrada se negó. Pero la mecha ya estaba prendida. El activista Jordi Pons, también afectado por esta esclerosis lateral, denunció el desprecio en Twitter, y Carracelas, según se desprende de su respuesta, entendió (o quiso entender) que era él quien quería “imponer el castellano” en las instituciones pese a entender el catalán. Lío.

Lejos de rectificar, la periodista inició una ronda de ataques y descalificaciones contra Pons –que, desde su situación de vulnerabilidad, siempre se ha mostrado muy crítico con el procés y con los debates acerca de la imposición lingüística; vamos, que asume que le quedan dos días de vida y no está para tonterías de este calibre, mientras los gobernantes marginan al colectivo– y arrastró con ella a decenas de radicales que se han dedicado a insultar y a difamar a este ciudadano, que escribe con los ojos, tal es su situación hoy por hoy. Solo le falta haber mostrado algún tipo de simpatía por Vox, PP y Cs para acabar de alimentar el odio de quienes tiene enfrente. Le acusan de haber empezado esta batalla al recriminarle a Estrada su actitud, al calificar de “nazis” y “escoria” a los fundamentalistas. Y aprovechan para ponerle la etiqueta de la extrema derecha y de querer colar su discurso político a través de su enfermedad.

Después de todo, Carracelas, en lugar de explicar que se equivocó de persona –queda claro, pues, que lo hizo a conciencia–, dice que solo confronta los argumentos de Pons sin importarle que tenga ELA: “La ELA no te hace peor ni tampoco mejor”. Estamos de acuerdo, pero, entonces, ¿por qué la periodista se la ha recordado en diversos tuits si no era para atacar dónde más duele? Algunos ejemplos: “Eres una vergüenza para la gente con ELA”, “ser enfermo de ELA no te faculta para ser supremacista” y “además de tener ELA, es un desgraciado y un miserable”. Fuera de los ataques médicos, le ha llamado “escoria” y le ha dicho que ser hijo suyo debe ser “una maldición”. En efecto, la maldad existe. No solo por pensar tan terribles cosas, si no por ser incapaz de procesarlas y soltarlas en Twitter. Porque, dejando al margen la enfermedad, lo que ha hecho la colaboradora de TV3 es iniciar una campaña contra Pons por una cuestión ideológica y lingüística. Puro odio. Y el odio sabemos que lleva al lado oscuro.

Y sí, él ha perdido los papeles, y también algunos de los que le defienden. Pero hay otras maneras de responder: si no se está de acuerdo con algo, o bien se ignora o bien se aportan argumentos sin descalificaciones ni insultos que, al final, el tiempo se encargará de poner a cada uno en su lugar. Lo peor es iniciar una campaña de este tipo sabiéndose poderosa, con cerca de 50.000 seguidores en Twitter que le ríen las gracias.