Asumir responsabilidades no es plato de buen gusto. En una sociedad cada vez más amante de la inmediatez, delegar es la opción preferida. El principal problema es que tomar algunas es básico para avanzar, cuestión de urgencia cuando se traslada al plano político y en un contexto de pandemia mundial sobrevenida.

Iniciamos la Semana Santa con la amenaza lanzada por el secretario de Salud Pública, Marc Ramentol, de que si los catalanes no éramos responsables, se verían obligados a endurecer las restricciones después de las vacaciones porque habríamos provocado una cuarta ola. Más allá de lo pueril del planteamiento, ¿no sería el Govern en funciones el que debería marcar las normas claras para evitar llegar a este escenario, aunque estas acarreen impopularidad? ¿Nadie en la Generalitat se ha dado cuenta de que este tipo de declaraciones solo generan más rechazo?

Aunque se intentó negar, las palabras de la mano derecha de la aún consejera Alba Vergés se interpretaron desde el minuto uno como un aviso a navegantes ante un nuevo cerrojazo a la restauración. Aquí, el problema es endémico. Es tan lógico que se limite su operativa para frenar la expansión del virus como que necesiten ayudas en vena para evitar la muerte de una de las actividades más dinámicas de nuestro PIB. Pero si ni siquiera se avisa con tiempo y forma de qué mal se va a morir (por desgracia, en este caso de forma real para muchos negocios), la necesidad de inyectar dinero en vena de compañías que hasta ahora eran rentables queda completamente descartada.

La guinda del pastel la puso el presidente del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona (COMB), Jaume Padrós. El facultativo, que se ha prestado en innumerables ocasiones a ejercer de avanzadilla de los convergentes en su día y de los neoconvergentes en la actualidad, o los gobiernos que tengan parte de ello, aseguró que “el precio de la vida en Madrid es más bajo que en Cataluña, socialmente y políticamente”. ¡Más madera! La versión con estetoscopio del “España es paro y muerte; Cataluña, vida y futuro” que lanzó el ahora diputado de JxCat Joan Canadell en la primera oleada.

El problema es que el territorio que debería ser de bandera, según estas palabras, ha vivido su segunda Semana Santa pandémica con bastante normalidad. Que no está mal desde el punto de vista económico, pero los responsables de abrir la mano y relajar los confinamientos municipales y comarcales lo han hecho con discursos tan bizarros como los anteriores, conscientes de que no era el momento propicio para ello.

Una sociedad adulta debe ser tratada como tal. Y eso implica que se tienen que tomar decisiones y asumir responsabilidades, aunque no sean recibidas con laureles. Si no, solo es necesario echar un ojo a Francia. Desde antes de las vacaciones ya saben lo que les espera al volver de ellas. En el caso catalán, continuamos empeñados en los globos sonda y las amenazas. Nuestra particular fórmula magistral para gestionar la pandemia.